Considerando que el gobierno depende de la disponibilidad de los partidos de la derecha tradicional para avanzar su agenda legislativa, resulta difícil de entender esa inevitable actitud de constante denuncia respecto a lo que hacen y dejan de hacer los partidos de derecha en la arena política. Precisamente cuando necesita forjar acuerdos con aquellos que piensan distinto y tienen otras formas de entender la vida, un gobierno debe resaltar las similitudes y minimizar las diferencias con sus adversarios. Por eso, la incapacidad del gobierno para tender puentes hacia la derecha es un mal augurio sobre el éxito que tendrá en poder avanzar su agenda de reformas en lo que queda de 2023 y los pocos meses que habrá en 2024 antes de que el inicio de la temporada electoral polarice las posiciones y haga todavía más difícil forjar acuerdos.

Aunque muchos en política se llenan la boca alabando a los que jamás transan con sus principios y otros denuncian a viva voz los acuerdos entre cuatro paredes -por estar, supuestamente, alejados de la ciudadanía- la buena política consiste en ponerse de acuerdo con personas que piensan de forma radicalmente diferente y de una forma que la ciudadanía -especialmente los sectores más vociferantes y radicales- pudieran considerar inaceptable. Pero los políticos -los buenos políticos- son capaces de forjar difíciles acuerdos con adversarios que tienen visiones diametralmente opuestas entre cuatro paredes. En cambio, los malos políticos siempre le hablan sólo al público más radical y gustan más de las cámaras de televisión y las marchas y manifestaciones en general que del arte de cerrar acuerdos. Esos malos políticos prefieren la intransigencia a la necesaria y difícil tarea de negociar y ponerse de acuerdo con aquellos que ven la vida de forma distinta.

El gobierno del Presidente Boric está lleno de personas que hicieron carrera denunciando los acuerdos entre cuatro paredes y criticando las negociaciones en la cocina política. El propio Boric denostó repetidas veces la cocina política y los acuerdos entre cuatro paredes. Para Boric, parecía que las negociaciones que se hacen en público y frente a las cámaras de televisión son mucho más legitimas que aquellas que se hacen entre cuatro paredes y sin que la ciudadanía conozca los detalles de todo lo que se negoció.

Es más, por varios años, Boric y sus aliados del Frente Amplio convirtieron a la cocina política en el lugar simbólico predilecto de todo lo que había estado mal con la forma en que se había hecho política en el país desde el retorno de la democracia. La democracia de los acuerdos -que era el nombre que se utilizó para describir esas complejas y poco santas negociaciones entre las fuerzas que apoyaron a la dictadura militar y los grupos que fueron perseguidos por la dictadura y que abogaban por el retorno a la democracia- fue denostada como un periodo del que todos debíamos avergonzarnos o que, al menos, nadie debiera aspirar a repetir.

Pero el gran logro de ese periodo fue precisamente que, en una cancha que no siempre estuvo pareja ni exenta de amenazas o juego desleal, se lograron forjar acuerdos duraderos que permitieron al país avanzar gradual pero decididamente hacia espacios de mayor democracia y libertad.

Por eso, ahora que el gobierno de Boric desesperadamente necesita volver a la cocina política y forjar acuerdos entre esas cuatro paredes donde ocurren profanas negociaciones, resulta difícil de entender que muchos altos funcionarios de gobiernos mantengan posturas de injustificada superioridad moral y una inconducente arrogancia de pureza ideológica mientras, a la vez, no pierden tiempo en denostar las supuestas fallas de sus adversarios políticos.

El ministro de Hacienda, Mario Marcel, que en general ha sido bastante más cauto con sus palabras cuando se refiere a la oposición, volvió a repetir el patrón de hablar desde el injustificado pulpito de superioridad moral al acusar al gobierno anterior de haber pasado la Ley de Pensión Garantiza Universal sin haber tenido suficiente financiamiento para hacerlo. Como el gobierno está desesperadamente buscando empujar su improbable reforma tributaria, Marcel quiso llevar agua a su molino presentado razones adicionales que justifiquen volver a aumentar los impuestos. Pero al hacerlo, dirigió sus críticas precisamente hacia el sector que necesita seducir para hacer viable su proyecto de reforma de pensiones.

Sin la concurrencia de la derecha, el gobierno no podrá aprobar una reforma tributaria. Más que criticar al sector, La Moneda y sus ministros debieran centrarse hoy en construir puentes con esos partidos cuyos legisladores tienen el futuro de la reforma tributaria en sus manos. Aunque siempre es necesario recordar que, cada vez que se discute una reforma tributaria, debiera ser esencial primero repasar qué gasto público actual puede reducirse antes de salir a buscar recursos en los bolsillos de los contribuyentes, si el gobierno aspira de verdad a darle viabilidad a la reforma tributaria, es hora de dejar de denunciar, denostar y apuntar con el dedo a la oposición y es momento de comenzar a preparar la cocina política y a disponerse a entrar a las cuatro paredes para negociar en serio con aquellos que piensan y ven la vida de forma diferente. Después de todo, eso es hacer política.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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