La actividad del Sol se asoma a los titulares desde hace un par de años: desde intensas llamaradas a erupciones solares que provocan potentes tormentas geomagnéticas. Incluso cañones de fuego que se elevan hasta los 20.000 kilómetros de altura, una extraña ‘serpiente’ o ‘fogatas’ sobre la superficie de nuestra estrella. ¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso el Sol está cambiando?

«En realidad, todo esto es normal», explica a ABC Javier Rodríguez-Pacheco, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Alcalá (UAH) e investigador principal de EPD, las siglas del instrumento Energetic Particle Detector (Detector de Partículas Energéticas) a bordo de la sonda Solar Orbiter, la misión europea que tratará de revelar los misterios de nuestra estrella. «Vamos subiendo en la actividad del ciclo solar y, a medida que nos acercamos al máximo solar, se esperan más y más erupciones. Aunque es cierto que en este ciclo en concreto nos ha sorprendido la gran actividad de nuestra estrella», añade.

Las estrellas son enormes bolas de fluido extremadamente caliente, cargadas eléctricamente. Esta carga eléctrica se mueve, generando potentes campos magnéticos. Cada once años más o menos (no siempre es una cifra exacta, cuestión que intriga a los científicos), este campo magnético se ‘voltea’: los polos norte y sur intercambian posiciones. Y, después de otros once años, vuelven a su lugar. Cada uno es un ciclo y, también en cada uno, se da un máximo y un mínimo solar en los que la actividad de la estrella aumenta y disminuye. Los científicos pueden saber en qué fase se encuentra el Sol debido a la cantidad de manchas que se pueden observar en su superficie.

En estos periodos de máxima actividad, aumenta el número de manchas y también la probabilidad de fulguraciones o de eyecciones coronales de masa. Estas erupciones envían poderosos ‘chorros’ de materia y energía al espacio, provocando las tormentas solares. En la Tierra, lo más común es que sintamos este poder por las auroras boreales, las vistosas luminiscencias en el cielo provocadas por la interacción de estas partículas cargadas que envía nuestra estrella y nuestra atmósfera. Es algo común cerca de los polos, ya que nuestro campo magnético, una suerte de ‘capa protectora’ natural de nuestro planeta, es más débil en estos puntos, y lo deforma; sin embargo, con tormentas solares más fuertes, el campo magnético cambia aún más, provocando que estas auroras sean visibles en puntos donde no son habituales.

De hecho, a finales de este mes, el fotógrafo Lorenzo Cordero captaba en Extremadura una de estas vistosas luminarias, si bien eran observadas también en Texas, Arizona o latitudes bajas de Asia. Tampoco es la primera vez: existen reportes en los que incluso desde la Gran Vía madrileña se registraron estos fenómenos. Sin embargo, esta es la parte más ‘amable’: en los eventos más extremos, se podrían producir daños en las comunicaciones por radio, en las redes eléctricas terrestres e incluso dejar fuera de juego a los satélites (de hecho, SpaceX reportó un caso en el que cuarenta de sus ‘soldados satelitales’ de Starlink quedaron literalmente ‘fritos’ por una tormenta solar).

Un ciclo inesperadamente intenso

Actualmente, nos encontramos en el ciclo 25 (la actividad del Sol solo se monitoriza científicamente desde 1755, por lo que de momento tenemos datos tan solo de 24 ciclos completos), que comenzó oficialmente en diciembre de 2019, según anunciaron la NASA y la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA). «Anteriormente vimos unos ciclos solares cada vez más débiles (e que dejamos atrás dejaba un periodo ‘tranquilo’: el máximo de manchas solares fue de 116, frente a una media de 179), por lo que en un principio las previsiones apuntaron a que este también lo sería», señala Rodríguez-Pacheco. Sin embargo, no fue así.

Un estudio liderado por expertos del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de EE. UU. (NCAR) y publicado en la revista ‘Solar Physics’ ya vaticinó once años más ‘movidos’, con entre 210 y 260 manchas en el máximo, lo que le colocaría en el ranking de los más activos jamás observados. «Pero las predicciones se han quedado cortas», afirma el astrofísico de la UAH. Tan cortas que hay incluso quien señala que que el máximo se adelantará a finales de 2024, un año antes de lo pensado.

«Estamos observando que la actividad sigue creciendo y, además, muy rápido», señala Rodríguez-Pacheco, quien explica que el momento en el que más potentes eventos solares se producen no es en este pico, sino inmediatamente después. «Es como si la energía magnética que está ahí almacenada tardara un poquito más en liberarse. Es justamente en la caída del ciclo cuando se observan los sucesos más intensos».

No debemos estar asustados, sino preparados

Aún así, el astrofísico señala que hay que mantener la calma. «No hay que estar preocupados, sino preparados. Y para eso está la ciencia. No podemos controlar la naturaleza, pero sí entenderla«. Uno de los cometidos de Solar Orbiter, la sonda que porta el instrumento de Rodríguez-Pacheco, será ofrecer nuevas pistas sobre el funcionamiento de nuestra estrella y ver, por ejemplo, qué ocurre en los polos, a donde ninguna misión se ha acercado hasta ahora.

«A partir de los datos de esta misión podremos afinar los modelos, comprender qué es lo que ocurre en estos ciclos solares y poder predecirlos mejor», señala Rodríguez-Pacheco. «Lo mejor es estar preparados, porque e algún momento, tarde o temprano, recibiremos el impacto de una tormenta severa», indica. De hecho, ya ha ocurrido en el pasado: estos fenómenos han interrumpido el telégrafo en Norteamérica y Europa y apagado Broadway durante horas.

La tormenta solar más potente jamás registrada se conoce como el evento Carrington , descubierto por Richard Carrington en 1859. El campo magnético terrestre se deformó por completo, permitiendo la entrada de una llamarada solar que provocó inmensas auroras boreales y cortes en la incipiente red de telégrafo transoceánica. Incluso existen estudios que señalan que las tormentas geomagnéticas son más comunes de lo pensado. Sin embargo, el astrofísico llama a la calma: «Si se toman las medidas oportunas, sus efectos perjudiciales se verán atenuados».

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