En la hora de los balances leí a un analista político señalar que lo más importante del año fue el acuerdo constitucional. Discrepo, lo más importante fue el Rechazo del día 4 de septiembre, no solamente porque impidió que Chile adoptara una Constitución antidemocrática que pretendió perpetuar en el poder a la izquierda radical, sino que además porque le propinó a ese sector una dura derrota al demostrar que los chilenos no quieren transitar hacia el socialismo; sino más bien permanecer en una sociedad occidental, de corte capitalista, pero con una mejor distribución del ingreso que permita a las mayorías disfrutar en mayor medida de los beneficios de éste.

Es lo que algunos han llamado un Estado social de derechos, que pueda convivir mejor con una economía privada que empuje el crecimiento y el empleo para lograr ese mayor bienestar que con el socialismo.

Es cierto que desde la izquierda muchos no han aceptado completamente este resultado. Es más, se empeñan en negarlo con las iniciativas y prioridades que pone el gobierno del Presidente Boric, pero una y otra vez tropiezan con la realidad que les dice que lo que los chilenos claman no es mayor inclusión, protección total del medio ambiente hasta paralizar el desarrollo ni orientaciones culturales progresistas haciendo “copy y paste” de sociedades ricas que ya han resuelto la mayoría de las necesidades materiales.

Menos aún un Estado monopólico en la provisión de todo tipo de servicios, incluyendo los sociales, solución de la que desconfían profundamente por ser “perjudiciarios”, no beneficiarios, de su precaria calidad de servicio. Es justamente esta negación de las autoridades, sumadas a su nula capacidad de gestión y experiencia, lo que tiene a este gobierno, a nueve meses de su asunción, con un 30% de apoyo y un 66% de desaprobación según la última encuesta de Cadem. Por eso el Presidente Boric que al asumir contaba con el 54% de confianza de población, hoy sólo llega al 34%.

La brecha entre las autoridades y la ciudadanía es brutal. Mientras a la gente le preocupa la delincuencia, la inflación que carcome el poder adquisitivo de sus ingresos, la dura disputa por los escasos empleos que se crean por la desconfianza en el futuro y la gran cantidad de población migrante que está dispuesta a tomar los empleos informales que se crean para satisfacer las necesidades de servicio de la población, el Gobierno insiste con sus proyectos ideológicos para hacer crecer al Estado no a los chilenos, como son la reforma tributaria y la de pensiones. En el ámbito cultural, por su parte, avanza en la agenda progresista causando muchas veces rechazo en la población por la radicalidad de sus propuestas y por la pretensión de establecer verdades oficiales y cancelar a personas con pensamiento distinto.

Todo lo anterior tiene explicación, pero lo que es más difícil de entender es porqué la oposición al gobierno es tan débil en la defensa de ese sentido común que prevaleció el 4 de septiembre. Por qué aparece muchas veces siguiendo las directrices de quienes fueron derrotados en el plebiscito constitucional, preocupada fundamentalmente de un nuevo acuerdo constitucional y cediendo terreno y avanzando en la tramitación de dos reformas insensatas como lo son la tributaria y la de pensiones.

Quizás, y esto es sólo una hipótesis, porque quien realmente triunfó el 4 de septiembre fue la sociedad civil y no la oposición política, representada fundamentalmente por Chile Vamos. Las características de la campaña del Rechazo; atomizada, organizada desde las raíces y no desde las cúpulas, alimentada por los dolores y temores ciudadanos, no por los sentires y prioridades de los dirigentes políticos, sugieren que podría ser una hipótesis interesante.

¿Y qué es lo que surge de esta reflexión para pensar en el futuro? Que el formidable triunfo del 4 de septiembre necesita padres, no políticos que huyan de su espíritu. Si los políticos de la centroderecha, y también los del centro que creen haber triunfado el 4 de septiembre no alinean sus prioridades, sus agendas y sus proyectos con los de los votantes de ese día, habrán dilapidado el triunfo electoral más importante en la historia de la centroderecha chilena y ello es imperdonable.

Y conste que no estoy abogando por abandonar el acuerdo constitucional, sólo por liderarlo con la autoridad del ganador, que sólo puede ostentar quien se apegue al espíritu de la sociedad civil que triunfó con el Rechazo. Y ese espíritu no puede ser débil frente a cada intento refundacional de este gobierno.

Por Luis Larraín, economista, para El Líbero

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