Uno de los legados más importantes que deja el Presidente Sebastián Piñera en el país, pero también en el resto de América Latina, es la capacidad que siempre demostró de tratar con respeto a sus adversarios políticos y a la gente que pensaba distinto. En una época en que la arena política, los medios tradicionales y las redes sociales parecen estar dominadas por personas vociferantes, agresivas e incluso verbalmente violentas, vamos a extrañar -y también vamos a necesitar- ese liderazgo respetuoso y optimista sobre el futuro del país que logró construir Sebastián Piñera.

Comprensiblemente, cuando muere un político con una trayectoria tan destacada como la de Piñera, el país se detiene para reflexionar sobre su legado. Reverentemente, todos buscan destacar -e incluso exagerar- las fortalezas y virtudes del recién fallecido. Magnánimamente, incluso sus adversarios y rivales destacan sus aciertos y contribuciones al país. La historia se encargará después de analizar los errores, omisiones y debilidades del líder recién fallecido. Como el líder político más importante de la derecha en Chile desde el retorno a la democracia, Piñera deja un legado importante que ineludiblemente será sometido al escrutinio de la historia.

Varios han destacado su contagioso optimismo sobre el futuro de Chile, su inacabable energía, su fenomenal ambición, su admirable capacidad intelectual y su loable ética del trabajo. Pero una de las características más admirables de Piñera fue el profundo respeto que demostró por sus adversarios políticos y por aquellos que pensaban distinto. Después de reconocidos traspiés asociados a su ímpetu al comienzo de su carrera política en los 90, Piñera aprendió una valiosa lección sobre la necesidad de tratar de forma respetuosa y educada a otros políticos, en especial a sus adversarios y rivales. Que nadie se confunda, como buen político, Piñera demostró audacia y capacidad para sacar del camino a sus rivales y bloquear el avance de varios de sus opositores. Pero el trato que Piñera siempre tuvo, en público y en privado, con sus adversarios, fue respetuoso. Aunque franco y a veces incluso duro, Piñera fue cuidadoso con las formas y con el lenguaje.

En varias ocasiones, antes, durante y después de sus años en la presidencia, tuve la oportunidad de conversar con el ahora fallecido Presidente. Ocasionalmente, Piñera me llamaba por teléfono para expresarme sus discrepancias e incluso molestia por algunas columnas de mi autoría. Si bien cualquier persona con similar poder pudiera haber querido aprovechar para presionar, Piñera fue siempre respetuoso en esas conversaciones. Sus argumentos podían ser duros y sus posiciones firmes, pero demostraba un genuino respeto, e incluso aprecio, en esas llamadas telefónicas y o reuniones.

Una vez, cuando era claro que no teníamos la misma lectura sobre un evento político, como para cerrar la conversación, hice una referencia a la libertad de expresión. Piñera, con firmeza, pero cordialidad, me dijo que él también estaba haciendo uso de su libertad de expresión para hacerme ver sus puntos. Luego, agradeció que yo le hubiera respondido la llamada y me insistió en que me llamaba porque le importaba lo que yo tenía que decir. Habiéndolo conocido por varios años, y conociendo a muchos otros hombres de su generación, siempre sentí que Piñera tenía respeto por sus interlocutores y ponía especial atención a lo que uno le decía.

En un momento en que las redes sociales profundizan las diferencias entre las personas y muchos caen en la tentación de gritar en vez de hablar, de acusar en vez de conversar, de insultar a sus adversarios en vez de presentar sus argumentos, la lección de vida -y especialmente de comportamiento político- que nos deja Sebastián Piñera es la de privilegiar el diálogo respetuoso y recordar que un intercambio intenso e incluso adversarial de opiniones y visiones también puede ser amistoso.

Varias veces, Piñera, en público y en privado, aseguró que los expresidentes que más admiraba eran Patricio Aylwin y Eduardo Frei Montalva. Ambos también se caracterizaron por ser capaces de construir puentes y tener buenas relaciones con aquellos que pensaban distinto y se encontraban en posiciones a veces diametralmente opuestas. Aunque Piñera se opuso a la dictadura militar, su carrera política la hizo en la derecha, no en el centro, como Frei o Aylwin. Pero Piñera siempre se vio a sí mismo, y se comportó, como un líder pragmático de derecha. Nunca estuvo atrapado en las trincheras ideológicas. Muchas veces demostró valentía para cruzar la vereda ideológica, y liderazgo para motivar a la derecha a seguirlo.

Aunque buscaba tomar decisiones basadas en la evidencia, siempre insistía en que, si bien los datos no debían estar en cuestionamiento, la gente tenía derecho a sus propias opiniones. A diferencia de muchos políticos, Piñera era profundamente respetuoso de esas opiniones. Como todo ser humano, tuvo fortalezas y debilidades. Como político, y como persona, una de sus enormes fortalezas -y uno de sus principales legados hoy- fue su capacidad y su compromiso con brindar un trato respetuoso a sus aliados y adversarios. Es de esperar que todos aquellos que hoy lamentamos su partida, podamos ser capaces de recordar ese legado y ponerlo en práctica también en nuestra vida cotidiana. Descanse en paz, Presidente Piñera.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

/psg