El 29 de febrero, fecha que aparece en el calendario cada cuatro años, es un día con mala prensa. Por algo existe un refrán popular que reza: “Año bisiesto, año siniestro”. Y el asunto va más allá de que, justo cuando los bolsillos flaquean, sumar un día más al mes parece una broma de mal gusto.

A pesar de que todavía no existían como tales, la historia de vincular a los años bisiestos con la mala suerte se remonta a la antigua Roma. Los romanos relacionaban al mes de febrero con los muertos: entre el 13 y el 21 de ese mes celebraban las Parentalias. Eran el equivalente al actual “Día de los Muertos”. Eran jornadas de tan mal agüero, que cerraban los templos y estaban prohibidos los matrimonios.

El calendario original de los romanos fue creado por el rey Numa Pompilio en el siglo VII a.C.. Tenía 355 días, y desde esos tiempos remotos, febrero tiene sólo 28 días. Más adelante, Julio César instituyó el calendario Juliano, que ya contaba con 365 días. Y añadió un día más a febrero cada cuatro años. Pero aún no existía el 29 de ese mes: lo colocó entre los días 23 y 24, sin número ni nombre.

Recién en 1582, el Papa Gregorio XIII impulsó el calendario que usamos hasta nuestros días: el Gregoriano. Uno de los cambios fue colocar ese día de más al final de febrero, el día 29.