A diferencia de los bebés que, después de mucho gatear y andar a tropezones, eventualmente aprenden a caminar, el gobierno del Presidente Gabriel Boric parece encaminado a llegar a los tropezones hasta el último día de su mandato. Al menos en esa dimensión, nadie podrá reclamar de que el gobierno que entró no es el mismo que aquel que dejará el poder en marzo de 2026.

En todo empleo hay una curva de aprendizaje. Eso es especialmente para las personas que carecen de experiencia en trabajos similares y que tienen que aprender todo sobre la marcha. Afortunadamente, a medida que va a pasando el tiempo, la gente aprende de sus errores. Por eso, mientras más veces toque hacer la misma tarea, más habilidad y capacidad tendremos para hacerlo bien. La práctica hace la perfección, dicen por ahí.

Ese proceso de aprendizaje es lo que muchos esperaban ocurriera con el gobierno del Presidente Gabriel Boric. Después de asumir el poder como el Mandatario más joven en la historia moderna del país, Boric, a sus 36 años recién cumplidos, cometió varios errores típicos de un novato en sus primeros meses en su cargo. Al nombrar un gabinete repleto de coetáneos que también tenían nula experiencia en cargos ejecutivos, la energía y voluntarismo que desplegaban el inexperto Presidente y sus equipos parecía recordarnos cotidianamente que tendríamos que acostumbrarnos a un inicio lleno de errores no forzados. La lista de errores es tan larga como conocida. Repetirlos sólo ayuda a reabrir heridas y recordar vergonzosos momentos que, por sanidad mental, es mejor intentar olvidar.

Hoy, cuando ya pasó, con más pena que gloria, el segundo aniversario del inicio de este gobierno, parece imposible negar que la cadena de errores no forzados y desaciertos evitables ha seguido siendo la tónica que ha caracterizado al gobierno. Pese a los cambios de gabinete, la adición de personas más experimentadas al segundo piso del gobierno, la llegada de consejeros y orejeros con amplia experiencia en el ejercicio del poder y los aprendizajes acumulados que se evidencian incluso en el físico del primer Mandatario, la tónica del gobierno sigue siendo la de tropezar una y otra vez con la misma piedra de las improvisaciones, las contradicciones, y las confusas explicaciones posteriores.

Es cierto que algunas temáticas van cambiando. En los últimos meses, las crisis del gobierno se han asociado a la respuesta gubernamental ante los incendios o a cómo enfrentar la crisis de las Isapres. Pero otros problemas siguen siendo los mismos, como la preocupante percepción de inseguridad que existe en el país. En todos los casos, el modus operandi de la fallida respuesta del gobierno es similar. Los ministros sectoriales se ven sobrepasados y la ministra vocera busca excusas y terminan responsabilizando al gobierno anterior. Luego, la Ministra del Interior asume algunas responsabilidades y anuncia diálogos. Finalmente, el Presidente termina sorprendiendo a todo el mundo con declaraciones destempladas o con sorpresivas volteretas que cada vez tienen menos efecto.

Esta dinámica se ha repetido una y otra vez en estos dos años de gobierno. En la mayoría de los casos, la presión sobre el gobierno sólo empieza a bajar cuando estalla una nueva crisis que cautiva la atención de los medios y de la opinión pública. Así el gobierno sigue a la deriva, sus prioridades legislativas siguen siendo las mismas que el primer día de gobierno -la reforma tributaria y la reforma de pensiones- y el avance en esas prioridades sigue siendo más lento que el de una tortuga.

Cuando los días que faltan para que se acabe el gobierno ya son menos que los días que Boric ha sido Presidente, es hora de aceptar que este gobierno no dejará de tropezar. Aquellos que esperaban que eventualmente el Presidente aprendiera a habitar el cargo y sus equipos aprendieran a hacer bien su trabajo tendrán que abandonar sus loables esperanzas. El entusiasmo y la energía que el Presidente despliega en terreno contrasta con su incapacidad para forjar acuerdos con la oposición, construir puentes con los que piensan distinto y entregar respuestas a la gente que ayuden a generar algo de esperanza de que las cosas todavía puedan mejorar antes de que termine el gobierno.

Con cada semana que comienza, la opinión pública se entera de un nuevo error no forzado del gobierno, de un nuevo escándalo que se hace público, o de revelaciones que nos recuerdan que los escándalos anteriores siguen vigentes. La esperanza de que este gobierno eventualmente pudiera aprender a caminar y pudiera llevar al país hacia un mejor lugar se ha desvanecido. Lo único que ahora queda es rogar para que esos constantes tropiezos no le hagan demasiado daño al país ni debiliten todavía más a un gobierno que a menudo se comporta como su propio peor enemigo.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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