Más Narbona, menos Craig”, el desafortunado y desatinado comentario del Presidente Boric al inaugurar la desalinizadora de Los Pelambres, es una demostración más de la falta de aplomo, caricaturización ramplona y la “simbolocracia” a la que nos acostumbró este gobierno ya con dos años en el poder.

Buenos y malos, felices e infelices, derecha e izquierda, empresarios explotadores. Craig “el malo” es Luksic, Andrónico, quien criticó los magros resultados económicos celebrados por el gobierno, recordando el crecimiento y la institucionalidad de los 30 años.

Narbona es el supuesto “bueno”, son los Luksic Fontbona (y no Narbona, lo que demuestra que, ni para eso, siquiera el Presidente es capaz de abrir Wikipedia).

Además de la “broma” de pésimo gusto, inaugurando precisamente una obra de la familia, nuevamente, asoman dos elementos del carácter presidencial.

A dos años Boric continúa siendo visceral, carece de prestancia y basta una crítica en X, una pregunta que no gusta, para emprenderla personalmente contra empresarios, programas de televisión, periodistas o quien se atreva a criticarlo.

A dos años de intentar (a estas alturas) “habitar el cargo” (como el mismo lo denominó) no puede con sus bravatas y berrinches. Si el Presidente amanece enojado con Israel -previamente invitado- es dejado fuera de la FIDAE aunque ello comprometa la seguridad nacional. Si viaja a Perú cuestiona la legitimidad de su gobierno, o se da el lujo de decir que “no somos como Ecuador” (un socio histórico de Chile). Estamos a disposición del capricho del jefe.

Lo complejo de esta situación es que su mundo es monocromático, no resiste la crítica ni el disenso y cae, como todo su sector, en la caricatura facilista, simplista y “floja” de encasillar en buenos y malos a quienes piensan diferente a ellos.

Prueba de lo anterior es el “paguen más” contra los empresarios de la ministra Jara. Le faltó un “no sean miserables”, demostrando que jamás han producido un ápice de valor, han pagado a proveedores, trabajadores, o se han visto ahogados por regulaciones e impuestos en la ardua y cada vez más compleja tarea de emprender o prestar servicios.

En este orden de cosas, la demonización de la empresa y el capital sigue siendo una versión edulcorada de la lucha de clases de una generación que renunció a todo con tal de llegar y mantener el poder. El voluntarismo, un tufillo dirigista -que no serían siquiera capaces de implementar- los asedia con una cuota y mezcla de melancolía, mediocridad y falta de mirada de largo plazo.

De las 35 economías de América, el 0,2% de crecimiento 2023 de Chile celebrado como el triunfo de la copa del mundo, sólo aventaja a Haití (a esta hora controlado por pandilleros) y a una Argentina quebrada desde hace décadas. Del campeonato de 35 economías, el Presidente se molesta por la crítica a sus resultados cuando hay 32 economías que nos superan en crecimiento (incluyendo a Bolivia, Venezuela o Nicaragua). Sí, así como lo lee.

Finalmente, complejo es el panorama de un Presidente que pareciera haber entregado sus responsabilidades y delegado en otros (sólo basta ver el manejo de los incendios o la crisis del secuestro del teniente Ojeda) que lo dejaron en evidencia.

Faltan aún dos años, el gobierno tiene por delante la necesidad de llegar a acuerdos, y en vez de intentarlo para lo que los chilenos requieren con urgencia en materias como seguridad, pensiones o salud; insisten en un pacto fiscal, como si subir los impuestos y ahogar a la economía en su peor momento fuese el mejor instante para la receta impositiva. Este punto no lo ha entendido en particular este gobierno. No sólo se trata de la satanización de la empresa como el explotador, sino además, la incapacidad de gobernar y asegurar el orden público necesario para dejar al emprendimiento las tareas del crecimiento y el desarrollo. Hoy en Chile es cada vez más difícil arriesgarse a realizar un negocio, aventurarse a armar una PYME o levantar un quiosco; que entender, por quienes nunca han hecho empresa, que pagar más no es un tema de voluntarismo, sino de crecimiento, de rebaja de la carga tributaria, y de un Estado eficiente y moderno. Las cosas del gobierno son más complejas que simples eslogans mal planteados con insolencia e ineptitud, y las explicaciones que vienen de ministros curtidos ya no valen cuando a dos años de trabajo, a estas alturas, parecen más cómplices, que apoderados adultos de un gobierno inmóvil.

Solo nos faltaría, que más allá de Narbonas (Fontbonas) y Craig, de Capuletos y Montescos, el Presidente y su equipo dejen de culpar a gobiernos anteriores y comiencen a hacerlo respecto de los que vendrán.

Las mayorías se construyen dialogando, no estigmatizando, encasillando, ni tratando de encandilar a los seguidores duros. No se gobierna para un tercio de los chilenos, ni se les habla en la simpleza de un lenguaje que atonta conciencias o genera símbolos para su galería.

Desde las oposiciones tenemos el deber de la esperanza perdida. Muchos chilenos entre 40 y 60 años, sienten estar legando un país peor a sus hijos y nietos, que el que les dejaron, en esos 30 años, sus padres y abuelos. Para lo anterior, requerimos audacia desde el centro político, entendiendo que los clivajes atávicos de Boric y sus compañeros, son nostalgia inútil en un país que clama por orden, seguridad y una economía en crecimiento. Si para eso, se deben abrir puentes, conversaciones que vayan más allá del clivaje del 5 de octubre de 1988, es porque esta generación en el poder no ha entendido, que esa díada se perdió en la desesperanza de un país agobiado de ensayos y caminos por el barranco, que aún permanecen en las mentes de sus ciudadanos, como fueron el 18 de octubre de 2019 y el salvataje del delirio constitucional el 4 de septiembre de 2022.

La reciente elección de la mesa del Senado, y esperamos de la Cámara, demuestra y ha demostrado, la necesidad de los contrapesos y el diálogo amplio, sin importar las caricaturas, ataques y arranques verbales de quienes ya lo han hecho antes y perdieron una batalla cultural por el buenismo, y los rayados contra una elite a la cual, ellos, el grupo que gobierna, muestra comodidad y empeño en ser parte.

Escrito para La Tercera por Gabriel Alemparte M., abogado