La leve neumonía que obligó al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a aplazar su esperado viaje a China hasta una fecha posterior, probablemente en mayo, llegó en el momento justo. Le impidió hacerse una foto embarazosa mientras estrechaba la mano de su homólogo Xi Jinping en una de las fases más críticas del conflicto entre Rusia y Ucrania, una foto que probablemente le habría sido reprochada durante meses por Estados Unidos. Pero, sobre todo, le permitió apaciguar el frente caliente interno.

Primero fue la polémica por sus precipitadas declaraciones sobre el ex juez de Lava Lato Sergio Moro, ahora senador. Lula calificó de “invención” del propio Moro la noticia del intento de complot para asesinarlo por parte del principal grupo criminal de Brasil, el Primer Comando de la Capital (PCC). Luego hubo un enfrentamiento muy serio en el Congreso en torno a la votación de las medidas provisionales que pasarán a ser definitivas, medidas que son la base de las promesas electorales de Lula, es decir, el subsidio a los pobres (Bolsa Familia) y una reducción parcial de impuestos sobre la gasolina. En resumen, la semana que está a punto de comenzar promete ser caliente para el presidente. Muchos analistas creen que está en juego el futuro mismo de su gobierno, que después de tres meses parece sin un rumbo económico claro.

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