Si bien era imprescindible que el gobierno del Presidente Boric tuviera un gabinete con equipo completo, el nombramiento de Álvaro Elizalde en el Ministerio Secretaría General de la Presidencia se produce en un muy mal momento. A tres semanas de la elección de miembros del Consejo Constitucional, el Gobierno quema un cartucho que debió haber reservado para la semana posterior a la votación que, aunque la gente no le esté prestando mucha atención, tendrá significativas consecuencias políticas.

Es cierto que el Gobierno estaba en una posición compleja. Era impresentable que, con los problemas que ha tenido La Moneda para lograr avanzar su agenda legislativa, el gabinete no tuviera una persona titular a cargo de la negociación con el Congreso. Es perfectamente legítimo que la ex ministra Ana Lya Uriarte haya tenido problemas de salud que la hayan obligado a tomar una prolongada licencia médica, pero el Gobierno no se debió dar el lujo de esperar a que la ministra estuviera en condiciones de volver a trabajar.

Igual que un hospital que debe seguir funcionando al cien por ciento, había que tomar la decisión de priorizar la capacidad de respuesta por sobre la consideración hacia una persona del equipo que no podía ir a trabajar.

Como el Ejecutivo optó por funcionar por varias semanas a media máquina, el proceso de negociación con el Congreso produjo resultados incluso peores a los que ya tenían al Gobierno al debe en su producción legislativa.

Por eso, el Presidente Boric optó finalmente por reemplazar a Uriarte. Pero como el Gobierno siempre llega tarde, el nombramiento de Elizalde se produjo a menos de tres semanas de la elección de miembros del Consejo Constitucional.

Aunque esa es una elección que no ha logrado despertar el interés de la ciudadanía, las consecuencias de esa votación repercutirán en la capacidad del Gobierno para avanzar en su agenda. Si el oficialismo sufre un nuevo revés electoral, aumentará la presión para que La Moneda dé una señal de que se hace cargo del descontento de la gente con la dirección en la que va el país.

Aunque él haya llegado recién al Gobierno, Elizalde también tendrá que pagar los costos de un nuevo tropiezo electoral para el oficialismo. Porque las elecciones tienen consecuencias, un revés para el oficialismo implicará una pérdida adicional de poder político para La Moneda y una caída en la capacidad de avanzar en su agenda.

Por cierto, si el resultado para el oficialismo es mejor que el esperado, Elizalde saldrá fortalecido y tendrá mejor margen para negociar con el Congreso. Pero incluso si eso ocurre, es altamente probable que La Moneda dilapide el capital político de la misma forma que lo hizo durante el primer año.

Elizalde llega al gabinete político con un mandato claro, pero su camino al éxito está plagado de obstáculos. La incapacidad que han tenido para forjar acuerdos con la oposición se explica fundamentalmente porque el Gobierno es una coalición multipartidista de dos cabezas. Si bien Elizalde llega a reforzar la cabeza concertacionista, Boric sigue siendo el líder de la cabeza refundacional del oficialismo.

Aunque el Presidente entiende que, después de la derrota del plebiscito de septiembre de 2022, el electorado rechazó con firmeza esa opción, Boric no ha tenido la valentía de escuchar la voz de la gente y actualizar sus prioridades políticas.

Aunque realizó cambios en el gabinete que se hicieron cargo de la realidad política del país, Boric también se autosaboteó a fines de 2022 al indultar a delincuentes con amplio prontuario. En lo que va de 2023, ha intentado asumir posiciones más moderadas y pragmáticas -incluida su reciente respuesta a la crisis de seguridad que enfrenta el país. Pero Boric ha sido incapaz de lograr que los legisladores del Frente Amplio y del PC lo sigan en su conversión hacia posiciones más moderadas y pragmáticas.

En ese contexto, la llegada de Elizalde al Gobierno no parece ayudar a solucionar el problema de indisciplina al interior del oficialismo. Elizalde ha demostrado que puede negociar con la oposición de derecha. Pero el problema del Gobierno no está en la derecha, sino en su flanco izquierdo.

Si el Gobierno sufre un revés el 7 de mayo, Elizalde compartirá los costos que pagará La Moneda por la derrota. Si, en cambio, el resultado es positivo para el oficialismo, los sectores más izquierdistas se sentirán envalentonados y alzarán la voz para evitar que el Gobierno siga avanzando hacia posiciones más moderadas.

Sea como sea, el timing del nombramiento de Elizalde no parece el más adecuado. Los desafíos que enfrenta el nuevo ministro son especialmente complejos y sus posibilidades de éxito se ven disminuidas precisamente porque asume pocos días antes de que el electorado emita un juicio sobre la dirección en la que avanza el país.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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