Un nuevo estudio publicado en la revista ‘Science’ describe una detallada cronología del último cambio de polaridad en el campo magnético terrestre hace 41.000 años, un evento que, al parecer, dejó la Tierra sin protección contra la radiación solar y cósmica durante unos 500 años, causando «grandes cambios medioambientales y extinciones», incluyendo el comienzo del fin de los neandertales. Si ocurriera ahora, un evento así terminaría con la civilización irremediablemente.
Hasta ahora, creíamos que el cambio de polaridad no tendría demasiados efectos negativos aparte de una pequeña disminución del escudo protector de la Tierra. Pero esta investigación afirma que, en el último cambio, la protección magnética desapareció totalmente durante un tiempo y que, durante 250 años, el planeta solo tuvo un 28% de la capacidad de protección actual.
De hecho, según Chris Tuney —coautor del estudio y director del Centro de Investigación de Ciencias de la Tierra y la Sostenibilidad de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Australia—, si sucediera hoy sería mucho más grave porque, además de exponer toda la vida planetaria a niveles de radiación cósmicos nocivos, «destruiría nuestras redes eléctricas y de satélites», aparte de freír todo cacharro electrónico existente.
Esta nueva cronología del evento Laschamp, como se denominó el último fenómeno de este tipo, es el resultado de un análisis de los fósiles de árboles kauri en Nueva Zelanda en comparación con los registros obtenidos del hielo antártico, sedimentos del mar Negro, cuevas paleolíticas y turberas.
Producido por el núcleo de hierro que gira en el centro del planeta como una gigantesca dinamo, el campo magnético terrestre es vital para la civilización humana y la vida en la Tierra. Ahora mismo, es la barrera que nos protege contra la radiación de los vientos solares que bombardean la Tierra desde el espacio exterior. Sin este campo, el planeta acabaría yermo, como Marte.
Según el estudio, la clave de la letalidad del cambio de polaridad no está en el cambio en sí, sino en su duración. El estudio confirma que la polaridad no se altera de la noche a la mañana. Sus datos muestran que el evento duró unos 500 años, durante los cuales el campo magnético se debilitó hasta alcanzar valores que fluctuaron entre un 6% y un 0% del total actual. Cuando la polaridad finalmente se volvió a estabilizar en sentido inverso, la fuerza del campo alcanzó «solo el 28%» del valor actual. Luego volvería a cambiar a la orientación norte-sur que tenemos hoy en día durante un proceso que duró 250 años.
Un ‘fin del mundo’ espectacular
Según los autores de la investigación, en todo ese tiempo hubo cambios radicales en el clima que llevaron a la extinción de múltiples especies. Para los humanos primitivos, teorizan en el estudio, debió ser algo realmente horroroso, parecido al fin del mundo.
Los autores afirman que es muy probable que este ‘fin del mundo’ fuera el motivo de que los seres humanos buscaran las cuevas como protección ante todos esos cambios, enmarcados en cielos ardiendo con auroras por todo el planeta. Las auroras boreales y australes son producto de la ionización de la atmósfera. Cuando las partículas cargadas del viento solar chocan contra las partículas de la atmósfera, éstas se cargan de energía. Al descargar esa energía, las partículas atmosféricas emiten un fotón y de ahí viene el espectáculo de luz. Pero, a largo plazo, el espectáculo se torna desastre. Según los autores, el evento Lechamps afectó gravemente al nivel de ozono. El planeta perdió la batalla contra la radiación y eso desencadenó eventos climáticos y la extinción de especies.
El aumento de radiación letal, afirma el estudio, también podría explicar la explosión de arte en las cuevas que justo ocurre en el mismo periodo. Según Alan Cooper —coautor del estudio e investigador honorario del Museo del Sur de Australia— cualquier muestra de arte en exteriores habría sido eliminada por la radiación solar durante este evento, dando la apariencia de que el arte solo surge en las cuevas en este periodo, sin ningún antecedente.
Existen varios indicadores que pueden estar anunciando un cambio inminente en la polaridad del campo magnético terrestre. Lógicamente, no podemos predecir si realmente el cambio va a pasar ya mismo, en los siguientes 100 años o en 500. Pero sabemos que la fuerza del campo ha disminuido un 9% en los últimos 170 años, y que lleva años oscilando, moviéndose violentamente. También sabemos que lo más probable es que ocurra otra vez, como ya ha ocurrido muchas otras veces: el evento Laschamp ha sido solo el último de muchos.
De estar en lo cierto, también podemos asumir que un evento así acabaría con la civilización. Sin campo magnético, la radiación destruiría la capa de ozono que protege la vida de la mayoría de la radiación ultravioleta. Si lo del confinamiento y las máscaras os ha parecido duro, imaginad no poder salir de casa sin un traje antirradiación, y aun así poder desarrollar cáncer por el bombardeo de partículas de alta energía contra las que nuestros edificios no están preparados.
Ese mismo proceso de ionización de larga duración provocaría una perturbación grave del clima (a la que habría que añadir la que ya está en curso con efectos impredecibles), probablemente interrumpiendo las cadenas de producción alimentarias.
Y si crees que aun así podrías sobrevivir comiendo ratas y cucarachas al ajillo, olvídate de ver Netflix o encender la luz. Según los científicos, el bombardeo de radiación ionizante freiría nuestra infraestructura eléctrica e inutilizaría toda la industria electrónica, las telecomunicaciones y básicamente todo aquello que dependa de la electrónica y la energía eléctrica exceptuando cualquier equipamiento —generalmente militar— blindado contra este tipo de eventos. Solo hay que ver lo que ha pasado la semana pasada en Texas —con la combinación de bajas temperaturas y los fallos de su red eléctrica— para hacerse una idea de solo una ‘pequeñísima’ parte de los problemas que traería el colapso global de nuestra infraestructura energética.
Sin defensas posibles
Si te estás preguntando cómo nos podemos defender ante algo así, la respuesta es descorazonadora. Un asteroide quizá se pueda detectar a tiempo y deflectar con explosiones que lo empujaran en otra trayectoria. Una explosión de supervolcanes podría desencadenar un invierno nuclear, pero aun así se podría sobrevivir con energía. Incluso podríamos sobrevivir a una hecatombe climática, aunque el sufrimiento humano y animal sería probablemente indescriptible.
Pero ante la falta de campo magnético, y de estar en lo cierto los autores del estudio, no hay una solución clara. La única posibilidad para algunos sería vivir bajo tierra, igual que se planea hacer en las futuras colonias de la Luna o Marte. Esos lugares estarán preparados desde cero para vivir sin la protección natural que ofrece el campo magnético terrestre. Esta vez, a diferencia del paleolítico, no habría suficientes cuevas para los miles de millones de personas que pueblan la tierra.
Además, preparar toda nuestra infraestructura actual para un evento de estas características —desde las cadenas de producción y distribución básicas a las redes eléctricas y toda la electrónica— tiene un coste inabarcable hoy en día. Si lo que afirman los autores es correcto, sin nuestras infraestructuras es imposible que la civilización humana funcione tal y como la conocemos hoy en día. Sea como sea, la conclusión lógica del estudio es que en estos momentos la fragilidad de la civilización humana es aterradora.
Habrá que jugársela a que el siguiente cambio de polaridad no suceda en los próximos 5.000 años, cuando probablemente nuestra civilización sea más resistente a este tipo de cambios y además nos hayamos extendido a otros planetas del sistema solar.
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