Más de tres años después del inicio de la invasión rusa a gran escala, la guerra en Ucrania ha entrado en una fase de estancamiento militar y redefinición diplomática. Con los frentes estabilizados y el desgaste económico y humano en aumento, la comunidad internacional busca alternativas para poner fin al conflicto. En ese contexto, el presidente estadounidense Donald Trump propuso congelar la guerra en las posiciones actuales como base para futuras negociaciones de paz, una iniciativa que, aunque pragmática, ha generado divisiones tanto en Kiev como en las capitales europeas.

Hoy, Rusia controla cerca del 20% del territorio ucraniano, concentrado en el este y sur del país. Sus fuerzas dominan amplias zonas de las regiones de Luhansk y Donetsk —conocidas en conjunto como el Donbás— además de porciones significativas de Zaporizhzhia y Kherson. Moscú mantiene también el control de Crimea, anexada en 2014. Aunque el Kremlin celebró referendos para anexar oficialmente estas regiones, nunca ha logrado un dominio total sobre ellas. Una de las condiciones que el presidente Vladimir Putin mantiene como línea roja es que Ucrania ceda los territorios del Donbás que aún conserva, lo que implica una renuncia formal a parte de su soberanía.


El frente militar: un avance ruso lento, pero persistente

Desde febrero de 2022, las fuerzas rusas han consolidado un avance gradual y devastador sobre el este de Ucrania. De acuerdo con el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), con sede en Estados Unidos, se trata de una ofensiva “moledora”, basada en el desgaste progresivo y en la destrucción sistemática de pueblos y ciudades, ganando terreno metro a metro.

Sin embargo, Ucrania ha utilizado los últimos 11 años para reforzar un “cinturón fortificado” de defensa que se extiende por unos 50 kilómetros en el oeste de Donetsk. Este sistema de fortificaciones protege urbes clave como Druzhkivka, Kramatorsk y Slovyansk, que continúan bajo control ucraniano y son consideradas vitales para evitar un colapso del frente oriental.

El foco más reciente de los combates es la ciudad de Pokrovsk, un punto logístico estratégico en Donetsk. En su informe del martes, el ISW evaluó que las tropas rusas “probablemente han alcanzado el límite urbano sur” de la ciudad, tras una serie de infiltraciones sostenidas desde el 13 de octubre. Este avance confirma la tendencia del ejército ruso a intensificar los ataques sobre zonas urbanas con alta densidad de población, buscando quebrar las defensas ucranianas y forzar desplazamientos masivos.


Pokrovsk: la línea que divide la guerra militar de la guerra humanitaria

El costo humano de esta ofensiva se ha vuelto cada vez más visible. Crímenes de guerra recientes cometidos en Pokrovsk revelan la magnitud de la violencia contra civiles. El voluntario ucraniano Denys Khrystov publicó el 19 de octubre imágenes geolocalizadas que mostraban a varios ciudadanos asesinados por tropas rusas cerca de la línea ferroviaria en el centro de la ciudad.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania confirmó dos días después que un grupo ruso de sabotaje y reconocimiento fue responsable de los asesinatos, calificándolos como una violación flagrante del derecho humanitario internacional. El episodio refuerza las denuncias sobre ejecuciones extrajudiciales, deportaciones forzadas y ataques a infraestructura civil, que ya han sido documentadas por la ONU y diversas organizaciones de derechos humanos desde 2022.


Diplomacia y fatiga de guerra

La propuesta de Trump de “congelar la guerra” —en esencia, aceptar el statu quo territorial mientras se negocia la paz— ha sido interpretada como un intento de romper la parálisis diplomática. Sin embargo, para Kiev, aceptar tal escenario equivaldría a reconocer de facto las ocupaciones rusas y a consolidar la pérdida de soberanía sobre amplias zonas del país.

El conflicto ha evolucionado hacia una guerra de desgaste, donde la resistencia ucraniana se sostiene gracias al apoyo occidental, pero enfrenta crecientes desafíos internos y externos: un frente estancado, el agotamiento de recursos y una población civil exhausta.

A más de mil días del inicio de la invasión, el frente militar se ha transformado en un tablero político global. Y mientras las grandes potencias debaten fórmulas para detener la guerra, en lugares como Pokrovsk la paz sigue siendo una palabra distante.

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