El empate sin goles del Real Betis Balompié frente al Genk, en tierras belgas, dejó una sensación ambivalente: más que una batalla deportiva, pareció un ejercicio de dosificación física y emocional.
El conjunto de Manuel Pellegrini, consciente de que el calendario europeo y doméstico no ofrece tregua, asumió el compromiso continental como una escala de control más que como una cruzada por los tres puntos. En ese contexto, el empate puede interpretarse menos como una decepción y más como una estrategia: sumar sin desgastarse, mantenerse invicto y reservar energía para lo que realmente importa, la Liga.
El técnico chileno, pragmático como pocos, había advertido que la Liga Europa debía gestionarse con cabeza fría, especialmente cuando entre medio asoman rivales del calibre de Villarreal y Atlético de Madrid. Y eso fue precisamente lo que se vio: un Betis contenido, consciente de sus limitaciones coyunturales, que optó por la prudencia en lugar del vértigo. El precio de esa elección fue un partido plano, casi anestesiado, donde ni la rotación masiva —nueve cambios respecto al duelo anterior— logró inyectar chispa o ambición.
Valentín Gómez y Antony fueron los únicos titulares que repitieron presencia, y a su alrededor emergió un once que, en teoría, debía ofrecer frescura y deseo de reivindicación. Sin embargo, futbolistas como Deossa, Riquelme, Bakambu o Altimira no aprovecharon la oportunidad. El Betis fue una sombra de sí mismo: apenas dos remates a portería —uno de Riquelme al 25’ y otro de Pablo García al 79’—, ambos sin dificultad para Van Crombrugge. El intento más prometedor llegó en el minuto 36, cuando una secuencia rápida entre Lo Celso y Riquelme habilitó a Bakambu, pero el congoleño falló en la definición. Fue el espejismo de un equipo que nunca terminó de conectar consigo mismo.
El Genk, sin grandes alardes técnicos, se permitió soñar con algo más. Su ocasión más clara llegó a los 80 minutos, cuando el coreano Oh estrelló un disparo en el palo de Álvaro Valles, salvando in extremis al Betis de una derrota que habría empañado aún más su noche somnolienta. Ni los cambios —Pablo García, Abde, Fornals, Cucho Hernández o Chimy Ávila— lograron alterar el guion de la contención. Fue un partido sin aceleraciones, sin rebeldía, sin la tensión competitiva que caracteriza a los equipos que buscan algo más que un punto.
La lectura del encuentro invita a una reflexión más amplia sobre la gestión de los tiempos en el fútbol moderno. ¿Puede un equipo profesional permitirse “desconectarse” en un torneo europeo? La respuesta se bifurca: sí, si se entiende como parte de una estrategia de supervivencia en un calendario asfixiante; y no, si se mide desde la óptica del aficionado, que exige entrega sin condiciones. Pellegrini, con su habitual serenidad, eligió el primer camino: rotar, contener, resistir.
El resultado, un 0-0 anodino, deja una enseñanza más profunda que el marcador: el equilibrio entre la ambición y la administración de esfuerzos es, hoy, una parte esencial del éxito. En una era en la que el fútbol se juega cada tres días, a veces no perder también es una forma de ganar. Para el Betis, esta visita a Bélgica no será recordada por su brillo, sino por su utilidad silenciosa: un punto más en Europa, y una lección más en el arte de calcular.
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/José Pablo Verdugo



