El encuentro privado de una hora este lunes entre el expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el candidato presidencial de la derecha, José Antonio Kast, transcende la mera cortesía política para erigirse como un síntoma estructural de la profunda crisis identitaria que atraviesa la Democracia Cristiana (DC). La reunión, celebrada en la residencia de Frei y reportada originalmente por La Segunda, y que contó con la presencia de la exprimera dama Marta Larraechea y de su hija Magdalena Frei, opera en un doble nivel: como un gesto de afinidad en un escenario de polarización y como un acto de insubordinación que tensiona al máximo los frágiles consensos internos del partido.

La narrativa posterior al encuentro, lejos de ser unívoca, revela las cautelas estratégicas de cada parte. Kast, quien ese mismo día se reunió públicamente con la familia Piñera, se limitó a señalar que expuso “su mirada sobre los aspectos más urgentes del país”, evitando cualquier declaración de respaldo explícito. Frei, en un movimiento calculado, optó por una declaración pública donde afirmó: “Puedo constatar que coincidimos en los temas esenciales en este momento para nuestro país”. Esta frase, aparentemente conciliadora, constituye una potente validación política en un contexto donde el expresidente ha sido un crítico abierto de la administración Boric, abogando insistentemente por terminar con la “permisología”, reactivar la economía, combatir la delincuencia y superar la fragmentación política.

La reacción al interior de la DC no se hizo esperar y fue de una virulencia que delata la sensibilidad de la herida abierta. El presidente del partido, el senador Francisco Huenchumilla, calificó el hecho con “profundo malestar”, argumentando que una acción de esta naturaleza “lesiona la memoria histórica de Eduardo Frei Montalva y de la Democracia Cristiana”. Esta acusación no es menor; invoca intencionadamente la figura del padre de la corriente, conocido por su férrea oposición al comunismo y sus profundas diferencias con Salvador Allende, para subrayar la supuesta traición del hijo al legado partidario. Huenchumilla anunció una reunión extraordinaria para evaluar la situación, y altas fuentes de la colectividad señalan que el caso de Frei podría ser elevado al Tribunal Supremo, con la expulsión como una sanción posible, pese al alto costo que implica para un partido ya diezmado por una fuga incesante de militantes históricos.

Este episodio no es un hecho aislado, sino la culminación de una serie de desencuentros que han marcado la relación de Frei con la DC contemporánea. El contraste es evidente: en agosto, tras la decisión del partido de respaldar a la candidata oficialista, Carmen Gloria Jara, el expresidente acusó a la colectividad de “traicionar los principios que la formaron”. Hasta la fecha, no se ha reunido con ella, ni la candidata ha solicitado un encuentro. Esta trayectoria de disidencia se remonta al menos al primer proceso constituyente, cuando Frei se alineó con el Rechazo, advirtiendo en una carta de julio de 2022 que el texto propuesto “podía avanzar hacia un régimen dictatorial”. En esa ocasión, el partido ya lo llevó al borde de la expulsión. Posteriormente, su integración al grupo “Libertad y Democracia” del expresidente Sebastián Piñera y su constante crítica a las políticas del gobierno de Boric han profundizado la brecha.

Este viraje de Frei parece ser el reverso de una moneda cuyo anverso es la perceptible izquierdización de la DC. La colectividad, que en 1991 contaba con 38 diputados y hoy se reduce a 8, ha visto cómo su electorado tradicional se erosiona. Su apoyo a Gabriel Boric y a la opción “Apruebo” en el plebiscito constitucional aceleró la salida de figuras históricas y consolidó una orientación que, para muchos de sus antiguos miembros, se aleja del centro que alguna vez representó. El último pase a segunda vuelta de un candidato DC fue el del propio Frei en 2009; desde entonces, los resultados presidenciales han sido testimoniales. Así, la reunión con Kast no es solo una anécdota de campaña, sino un acto cargado de simbolismo que refleja la agonía de un partido atrapado en la redefinición de su espacio en un espectro político chileno crecientemente polarizado, donde el centro parece desdibujarse.

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