En 1217, hace exactamente 806 años, un monje alemán levantó sus ojos al cielo y se fijó en una estrella, normalmente débil, que brillaba con una intensidad inusual. El astro continuó ardiendo de esa forma durante varios días y Abbott Burchard, que por aquel entonces dirigía la Abadía de Ursberg, dejó registrado el evento en la crónica de ese año. «Se vio una señal maravillosa», escribió el monje, y añadió que el misterioso objeto en la constelación de la Corona Boreal «brilló con gran luz durante muchos días« .

El manuscrito medieval es el primer registro disponible de un raro fenómeno espacial llamado ‘nova recurrente’, una estrella muerta que extrae materia de una compañera más grande, se ‘atraganta’ con ella y los expulsa con violencia periódicamente, provocando repetidos destellos de luz que se repiten a intervalos regulares.

Según se desprende de un estudio llevado a cabo por el astrónomo Bradley E. Shaefer, de la Universidad Estatal de Louisiana, y que puede consultarse en el servidor de prepublicaciones arXiv, la ‘estrella maravillosa’ en cuestión podría ser T CrB, en la constelación de la Corona Boreal, que aumenta drásticamente su brillo durante aproximadamente una semana cada 80 años. A pesar de ello, el fenómeno sólo se ha documentado científicamente dos veces: una en 1866 y otra en 1946 (el próximo estallido de la estrella se espera para 2024).

En su artículo, Shaefer argumenta que tanto el registro de Bouchard en 1217 como otra crónica de 1787 son, de hecho, los primeros avistamientos conocidos de la nova T CrB. ¿Pero cómo estar seguros de ello? El monje, después de todo, pudo haber presenciado algún fenómeno distinto, como una supernova o un cometa. Algo que Scheafer descarta por completo ya que, según escribe en su artículo, si realmente se hubiera tratado de una supernova, uno de los eventos más violentos de todo el Universo, sus restos serían aún perfectamente visibles en la actualidad, como es el caso de la famosa Nebulosa del Cangrejo, una supernova que estalló en el año 1074 y que es perfectamente distinguible con la mayoría de los telescopios.

Ni supernova, ni cometa

La posibilidad de que el evento fuera un cometa, sin embargo, es un poco más complicada de refutar. A principios de ese año, efectivamente, se pudo ver un cometa en el cielo, según una crónica del monasterio de San Esteban en Grecia. Pero la mayoría de los monjes de la época estaban familiarizados con los cometas, que se consideraban como oscuros presagios de catástrofes y epidemias. Por lo que es poco probable que Burchard hubiera registrado un cometa como algo ‘maravilloso’ o no hubiera mencionado su cola, sostiene Schaefer.

En cuanto al avistamiento de 1787, fue registrado por el reverendo y astrónomo inglés Francis Wollaston. Y su relato describe un comportamiento muy similar al de una nova por parte de una estrella cuyas coordenadas coinciden casi exactamente con la posición de T CrB en el cielo. Si bien Wollaston identificó la estrella usando un nombre del catálogo del famoso astrónomo William Herschel, Schaefer cree que su verdadera identidad es T CrB.

Sea como fuere, los científicos estarán preparados para presenciar el próximo estallido de la nova, que se espera a finales de 2024. Y cuando llegue, agregarán el evento a una lista de registros pasados que tiene siglos de antigüedad. Mientras, por supuesto, seguirán investigando antiguos archivos para estudiar la historia de T CrB. Con suerte, dicha actividad les permitirá hacer predicciones más precisas sobre el comportamiento de la estrella en el futuro.

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