Es incalculable el daño provocado por el gobierno de Boric al buen nombre de Chile en el campo de las relaciones exteriores y, en los últimos días, respecto de los vínculos con Argentina y Perú. El esfuerzo de muchos años por construir una política de Estado en este ámbito recibió un impacto que la canciller Antonia Urrejola, que acaba de irse de vacaciones, no ha dado señales de percibir. En realidad, ella no podrá seguir ejerciendo el cargo con la respetabilidad que se requiere.

El audio de la reunión con sus colaboradores desnudó la indigencia a la que ha llegado la Cancillería bajo su conducción, lo cual tiene inmensos costos para la relación de Chile con el mundo. El panorama podría agravarse con el sumario administrativo y la investigación de la fiscalía.

El problema principal, sin embargo, no está en la Cancillería, sino en La Moneda. Lo terminó de demostrar el propio mandatario en las mismas horas en que el audio nos avergonzaba más allá de las fronteras. Su discurso en la reunión de la Celac, en Buenos Aires, en el que se refirió a la crisis de Perú, confirmó las servidumbres ideológicas que condicionan sus actos, pero además su incomprensión de los intereses permanentes de Chile.

Ese ha sido el común denominador de todos los episodios internacionales bochornosos que lo han tenido como figura estelar desde el 11 de marzo de 2022, cuando inventó un incidente con el Rey de España.

Es difícil concebir una expresión de mayor descriterio que la injerencia en los asuntos internos de Perú en un momento de máxima tensión en ese país. Boric no se detuvo a pensar en las repercusiones que iba a tener un pronunciamiento suyo en el que culpaba de la violencia al gobierno de Dina Boluarte y, al mismo tiempo, callaba frente al intento de golpe de Estado de Pedro Castillo, en diciembre del año pasado, que obligó al Congreso a destituirlo y a elegir a su vicepresidenta como mandataria provisional, tras lo cual estalló una violencia que ha cobrado numerosas vidas y ha llegado a tener características de insurrección.

En medio de grandes dificultades, la Presidenta Boluarte ha tratado de restablecer la paz y asegurar la continuidad institucional, lo que incluye el adelantamiento de las elecciones. Sin embargo, Boric llevó lejos su imprudencia: “Hacemos notar –sostuvo-, la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo en el Perú, porque el saldo que ha dejado el camino de la represión y la violencia es inaceptable para quienes defendemos la democracia y los derechos humanos”.

La reacción peruana fue demoledora. El embajador chileno en Lima, Óscar Fuentes, fue convocado por el vicecanciller de Perú, Ignacio Higueras, quien le transmitió el malestar de su gobierno por “la manera irrespetuosa en que el Presidente Gabriel Boric se refirió a la Presidenta de la República Dina Boluarte”.

La cancillería de Perú no pasó por alto la demanda de cambio de rumbo hecha por Boric, y afirmó: “El rumbo elegido por el gobierno constitucional de la Presidenta Boluarte es el adelanto de elecciones generales para que los peruanos decidan sin injerencias y en paz el destino del Perú. El gobierno no cambiará el rumbo de la institucionalidad democrática”.

La prensa peruana ha ridiculizado en todos los tonos los dichos del mandatario chileno. Hasta las felicitaciones de López Obrador confirmaron la enormidad del desatino.

Y como siempre ocurre cuando queda a la intemperie, el mandatario intentó tapar su yerro con una explicación de apariencia noble: está preocupado de los derechos humanos. La impresión que queda es que no le toma el peso a los estropicios que causa.

La relación bilateral con Perú tiene una importancia esencial para Chile, y todos los gobiernos han procurado cuidarla con máximo celo. Boric, por desgracia, parece ignorar hasta las consecuencias de la dolorosa guerra que enfrentó a nuestras naciones en el siglo XIX.

No dudó en golpear a un gobierno que intenta sostener la institucionalidad democrática en un contexto en el que grupos extremistas buscan empujar al país vecino al descalabro completo. Se puede deducir el nivel al que llegó ahora la desconfianza hacia Chile.

Los intereses de nuestro país han sido objetivamente perjudicados por la actitud de un gobernante que no demuestra conciencia de las responsabilidades derivadas del cargo que ocupa. Es demasiado evidente que tiene una percepción distorsionada de la realidad y de su propia figura. Habla con un énfasis que revela que se ve a sí mismo como un líder que debe cumplir una misión histórica, tanto dentro como fuera de Chile. No puede ser más inquietante.

Qué difícil es imaginar los próximos tres años. Además de la preocupación por los cargos en el aparato estatal, ¿qué reflexión hacen los dirigentes del Partido Socialista sobre lo que puede esperar el país del rumbo actual? ¿Resiste una alianza de gobierno en la que predominan los recelos y las sospechas? ¿Qué capacidad real tiene Boric para asegurar la estabilidad y la gobernabilidad en los tiempos que vienen?

En menos de un año, hemos comprobado que el régimen democrático puede debilitarse “desde dentro” hasta un grado crítico debido al deterioro del Poder Ejecutivo. Es penoso constatar que la causa fundamental es la pérdida de credibilidad y autoridad del Presidente. Es muy grave, por supuesto. Pero es peor cerrar los ojos ante ello.

Por Sergio Muñoz Riveros para ex-ante.cl

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