El fenómeno natural contra el que no tenemos defensa fue mucho más potente de lo que pensábamos. Un nuevo estudio revela que el evento Laschamps —que cambió la polaridad de la Tierra hace 41.000 años— dejó al campo magnético terrestre al 5% de su capacidad normal y que el nivel de rayos cósmicos se disparó aún más de lo que suponían los científicos. Sabemos que el evento se va a repetir con seguridad porque es cíclico, pero ahora tenemos una idea clara de que podría causar el colapso de la infraestructura civil además de grandes cambios medioambientales y extinciones en masa.

Producido por el núcleo de hierro que gira en el centro del planeta como una gigantesca dinamo, el campo magnético terrestre es vital para la civilización humana y la vida en la Tierra. Ahora mismo, es la barrera que nos protege contra la radiación de los vientos solares que bombardean la Tierra desde el espacio exterior. Sin este campo, el planeta acabaría yermo, como Marte.

La autora del estudio, Sanja Panovska, utilizó una combinación de datos de radionucleidos cosmogénicos y registros paleomagnéticos para reconstruir las variaciones en el campo magnético de la Tierra durante la excursión de Laschamps. Según ella, “la comprensión de estos eventos extremos es importante para el futuro, las predicciones del clima espacial y la evaluación de los efectos en el medio ambiente y en el sistema de la Tierra».

Qué ha descubierto

Su reciente investigación —presentada en la Asamblea General 2024 de la Unión Europea de Geociencias en Potsdam, Alemania— revela que durante la excusión de Laschamps —llamada así porque la primera evidencia se descubrió en los campos de lava de Laschamps, en Francia— la fuerza del campo magnético de la Tierra se desplomó hasta el 5% durante una fase de transición que duró aproximadamente 250 años.

Después de este declive radical, el campo se mantuvo en un estado inverso durante unos 440 años a sólo el 25% de su capacidad. Este fenómeno condujo a un aumento del radionucleido cosmogénico Beryllium-10 (Be 10), dice Panovska, que ha descubierto que la cantidad de Be 10 fue del doble de lo que antes se pensaba.

El aumento de radiación cósmica es la clave de la acumulación de Be 10 y otros radionucleidos cosmogénicos en sedimentos y núcleos de hielo, que sirven como marcadores críticos en los estudios paleoclimáticos. Estos radionucleidos, como el Be 10, el calcio-41 y el carbono-14, entre otros, se depositan en los sedimentos de la Tierra, los núcleos de hielo y en la estructura celular de los organismos vivos. Este aumento de la deposición recogido en la reciente investigación de Panovska indica que la Tierra sufrió un bombardeo incesante de radiación procedente del Sol y rayos cósmicos del espacio profundo.

El debilitamiento del escudo magnético de la Tierra destruiría además la capa de ozono, disparando los niveles de radiación ultravioleta que destruye las células de organismos vivos hasta matarlos.

La radiación y la desaparición del ozono ocasionaron también cambios en la atmósfera a gran altitud, dando lugar a alteraciones en corrientes de viento que son vitales para el clima. Este cambio climático afectaría aún más a las condiciones ambientales terrestres, conduciendo a cambios ecológicos que podrían acabar con multitud de especies.

Graves efectos

Hasta hace poco creíamos que el cambio de polaridad no tendría demasiados efectos negativos aparte de una pequeña disminución del escudo protector de la Tierra. Una investigación anterior afirmó que, en el último cambio, la protección magnética desapareció totalmente durante un tiempo y que, durante 250 años, el planeta solo tuvo un 28% de la capacidad de protección actual.

Tres mapas del cambio del nivel de protección del campo magnético. El diagrama muestra el nivel. (Sanja Panovska)

Entonces, Chris Tuney —coautor del anterior estudio y director del Centro de Investigación de Ciencias de la Tierra y la Sostenibilidad de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Australia— afirmó que, si el nivel de protección bajara al 28%, expondría toda la vida planetaria a niveles de radiación cósmicos nocivos, «destruiría nuestras redes eléctricas y de satélites», aparte de freír todo cacharro electrónico existente.

Ahora Panovska afirma que esa cifra ha bajado al 5%, así que estaríamos realmente en una posición imposible de sostener.

El estudio de Tuney fue el resultado de un análisis de los fósiles de árboles kauri en Nueva Zelanda en comparación con los registros obtenidos del hielo antártico, sedimentos del mar Negro, cuevas paleolíticas y turberas. Panovska ha obtenido sus cifras ampliando el campo de estudio a otras zonas y recursos.

Un ‘fin del mundo’ espectacular

En todo ese tiempo hubo cambios radicales en el clima que llevaron a la extinción de múltiples especies. Para los humanos primitivos, teorizan en el estudio, debió ser algo realmente horroroso, parecido al fin del mundo.

Los autores afirman que es muy probable que este ‘fin del mundo’ fuera el motivo de que los seres humanos buscaran las cuevas como protección ante todos esos cambios, enmarcados en cielos ardiendo con auroras por todo el planeta. Las auroras boreales y australes son producto de la ionización de la atmósfera. Cuando las partículas cargadas del viento solar chocan contra las partículas de la atmósfera, éstas se cargan de energía. Al descargar esa energía, las partículas atmosféricas emiten un fotón y de ahí viene el espectáculo de luz. Pero, a largo plazo, el espectáculo se torna desastre. Según los autores, el evento Lechamps afectó gravemente al nivel de ozono. El planeta perdió la batalla contra la radiación y eso desencadenó eventos climáticos y la extinción de especies.

El aumento de radiación letal, afirma el estudio, también podría explicar la explosión de arte en las cuevas que justo ocurre en el mismo periodo. Según Alan Cooper —coautor del estudio e investigador honorario del Museo del Sur de Australia— cualquier muestra de arte en exteriores habría sido eliminada por la radiación solar durante este evento, dando la apariencia de que el arte solo surge en las cuevas en este periodo, sin ningún antecedente.

Existen varios indicadores que pueden estar anunciando un cambio inminente en la polaridad del campo magnético terrestre. Lógicamente, no podemos predecir si realmente el cambio va a pasar ya mismo, en los siguientes 100 años o en 500. Pero sabemos que la fuerza del campo ha disminuido un 9% en los últimos 170 años, y que lleva años oscilando, moviéndose violentamente. También sabemos que lo más probable es que ocurra otra vez, como ya ha ocurrido muchas otras veces: el evento Laschamp ha sido solo el último de muchos.

De estar en lo cierto, también podemos asumir que un evento así acabaría con la civilización. Sin campo magnético, la radiación destruiría la capa de ozono que protege la vida de la mayoría de la radiación ultravioleta. Si lo del confinamiento y las máscaras os ha parecido duro, imaginad no poder salir de casa sin un traje antirradiación, y aun así poder desarrollar cáncer por el bombardeo de partículas de alta energía contra las que nuestros edificios no están preparados.

Ese mismo proceso de ionización de larga duración provocaría una perturbación grave del clima (a la que habría que añadir la que ya está en curso con efectos impredecibles), probablemente interrumpiendo las cadenas de producción alimentarias.

Y si crees que aun así podrías sobrevivir comiendo ratas y cucarachas al ajillo, olvídate de ver Netflix o encender la luz. Según los científicos, el bombardeo de radiación ionizante freiría nuestra infraestructura eléctrica e inutilizaría toda la industria electrónica, las telecomunicaciones y básicamente todo aquello que dependa de la electrónica y la energía eléctrica exceptuando cualquier equipamiento —generalmente militar— blindado contra este tipo de eventos. Solo hay que ver lo que ha pasado la semana pasada en Texas —con la combinación de bajas temperaturas y los fallos de su red eléctrica— para hacerse una idea de solo una ‘pequeñísima’ parte de los problemas que traería el colapso global de nuestra infraestructura energética.

Sin defensa posible

Si te estás preguntando cómo nos podemos defender ante algo así, la respuesta es descorazonadora. Un asteroide quizá se pueda detectar a tiempo y deflectar con explosiones que lo empujaran en otra trayectoria. Una explosión de supervolcanes podría desencadenar un invierno nuclear, pero aun así se podría sobrevivir con energía. Incluso podríamos sobrevivir a una hecatombe climática, aunque el sufrimiento humano y animal sería probablemente indescriptible.

Pero ante la falta de campo magnético, y de estar en lo cierto los autores del estudio, no hay una solución clara. La única posibilidad para algunos sería vivir bajo tierra, igual que se planea hacer en las futuras colonias de la Luna o Marte. Esos lugares estarán preparados desde cero para vivir sin la protección natural que ofrece el campo magnético terrestre. Esta vez, a diferencia del paleolítico, no habría suficientes cuevas para los miles de millones de personas que pueblan la tierra.

Además, preparar toda nuestra infraestructura actual para un evento de estas características —desde las cadenas de producción y distribución básicas a las redes eléctricas y toda la electrónica— tiene un coste inabarcable hoy en día. Si lo que afirman los autores es correcto, sin nuestras infraestructuras es imposible que la civilización humana funcione tal y como la conocemos hoy en día. Sea como sea, la conclusión lógica del estudio es que en estos momentos la fragilidad de la civilización humana es aterradora.

Habrá que jugársela a que el siguiente cambio de polaridad no suceda en los próximos 5.000 años, cuando probablemente nuestra civilización sea más resistente a este tipo de cambios y además nos hayamos extendido a otros planetas del sistema solar. Por el momento, vaya manera de empezar el lunes.

/psg