Se pueden usar muchos adjetivos para describir la victoria de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales de México este domingo: aplastante, contundente, enorme.

Y por supuesto que histórica, porque es la primera mujer que presidirá el Estado mexicano.

En un país con tasas alarmantes de feminicidios, donde la cultura machista sigue marcando una parte de las relaciones sociales, la victoria de Sheinbaum, más allá de sus posiciones sobre el feminismo, es un punto de inflexión en la lucha por la representación femenina en la política.

Pero la victoria de Sheinbaum es histórica, también, por la magnitud con que se dio.A juzgar por los resultados preliminares, la coalición oficialista parece haber ganado en tres escenarios clave de la política además de la presidencia.

Primero: la Ciudad de México, la cual ya era gobernada por ellos —por Sheinbaum—, y ahora será liderada por Clara Brugada, una audaz líder social.

Segundo: las gobernaciones, pues todo indica que el partido oficialista, Morena, retuvo el poder en cinco de las nueve gobernaciones que estaban en juego y con eso mantiene entre 23 y 25 de las 32 en todo el país.

Y tercero y quizá más importante: el Congreso, porque el movimiento liderado por Andrés Manuel López Obrador es hace al menos seis años la fuerza política más importante de México, pero hasta ahora no había tenido mayorías calificadas en el Congreso. Eso, al parecer, acaba de cambiar.

Entonces: en este país presidencialista y de tradición centralista a pesar de su federalismo, todo presidente, por muy débil que sea, es poderoso.

Los resultados anunciados el domingo muestran que el oficialismo quedó muy cerca de lograr las mayorías calificadas de la Cámara de Diputados y del Senado.

La coalición obtuvo al menos 334 curules en Diputados y entre 76 y 88 en Senado. Para las mayorías calificadas necesitan 334 en el primero y 85 en el segundo. Y por supuesto, muchos se querrán adherir al partido todo poderoso.

Tener dos tercios del Congreso de la Unión es algo que ningún partido había logrado desde los años 80, cuando el Partido Revolucionario Institucional dominaba, para muchos autoritariamente, la política mexicana.

El movimiento inaugurado por AMLO propone una transformación del país tan relevante como la independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución Mexicana. Por eso se hacen llamar la Cuarta Transformación: la 4T.

Pero, para transformar un país, hay que modificar la Constitución. Muchas de las reformas que AMLO propuso se truncaron en el Congreso y en los juzgados. Reformas judiciales, pensional y energética quedaron en papel.

Ahora, al parecer, Sheinbaum sí va a poder. La coalición de Morena quiere, también, que los jueces de la República se elijan por voto popular y modificar las leyes electorales. Al menos eso buscaba AMLO.

«Esta es una victoria enorme para la izquierda mexicana», dice Carlos Pérez Ricart, politólogo del Centro Público de Investigación y Educación Superior (CIDE).

«Ahora podrá mostrar que pueden gobernar y ejecutar, aunque es también un riesgo tanto poder para un partido hegemónico, porque puedes transformar mucho, pero también tienes que saberlo administrar».

La última vez que un partido tuvo tanto poder en México, que fue el caso del PRI, la historia no terminó bien, sino en aquello que algunos llamaron la «dictadura perfecta».

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