Los partidos oficialistas se preparan para dar una prueba en la que saben que no se sacarán buena nota. Están conscientes de que será, de un modo u otro, un juicio al gobierno, y que los resultados no facilitarán la gestión de Boric. Es posible que se exacerbe la ansiedad por lo que viene, lo que implicará ponerle fecha a las renuncias de los ministros y subsecretarios que quieren ser candidatos a parlamentarios, narra en su columna para ex-ante.cl el cientista político Sergio Muñoz Riveros.

La votación del 27 de octubre tendrá enorme trascendencia para la evolución del país en los próximos años. Pondrá al día el poder municipal y también el de los gobernadores regionales respecto del peso real que tienen hoy las fuerzas políticas, muy distinto del que existía en 2020, cuando la sociedad mostraba los daños causados por la intentona golpista del año anterior y, por supuesto, por los graves efectos de la pandemia.

Chile sobrevivió a dos momentos de crisis en los que quedaron marcadas las huellas digitales de las fuerzas que están gobernando: el ataque por la espalda al régimen democrático, en octubre de 2019, y el frenesí refundacional de la Convención, entre julio de 2021 y julio de 2022.

Hasta hoy, esas fuerzas se las han arreglado para disimular su dudosa línea de acción de entonces y no pagar algún costo político. Incluso, empujaron un segundo capítulo de la aventura constituyente para ver si, finalmente, lograban enterrar la Constitución de los 30 años. La elección del 7 de mayo del año pasado les dio un baño de realidad sobre el país que habían tratado de refundar.

Es una inmensa paradoja, pero Boric y los partidos de gobierno terminaron beneficiándose del fracaso de su plan de ruptura institucional. Ejercen el poder casi relajadamente, convencidos de que los ciudadanos ya se olvidaron de que ellos querían remodelar a Chile de pies a cabeza, incluso trozarlo en varias naciones. No pueden quejarse: la suerte los ha acompañado un buen tiempo, al punto de disfrutar de la inercia del régimen democrático que otros construyeron con gran esfuerzo.

Llegó la hora de la verdad. La elección permitirá renovar un poder municipal desfasado del sentir de la mayoría de los ciudadanos. Y en ello, gravitará el hecho de que el país pasó por una experiencia que le dejará enseñanzas esenciales sobre el ilusionismo político, el precio del desdén por la obra de las generaciones anteriores y el enorme daño causado por las consignas anticapitalistas con las que se busca hacer pasar la idolatría del Estado como quintaesencia del progresismo.

Algunos partidos oficialistas podrían quedar en situación crítica en octubre. Por ejemplo, el PPD y la DC, partidos en los cuales probablemente sobrevendrá una verdadera angustia ante la elección parlamentaria del próximo año. Es casi seguro que sus senadores y diputados no apoyarán una reforma que fije una exigencia mínima de 5% de los votos para obtener representación. El Frente Amplio se apuró en convertirse en partido unificado para amortiguar el descalabro de RD.

¿Qué pasará con el PC? La directiva de Carmona y los diputados han hecho todo lo posible por multiplicar la desconfianza de mucha gente hacia lo que representan hoy los comunistas. Pusieron las manos al fuego por Daniel Jadue, y empezaron a quemarse enseguida. Se han encargado de dejarle claro a todo el mundo que su identificación con las dictaduras de Cuba y Venezuela no tiene límites. Nada es gratuito.

Los partidos opositores tienen sus propios problemas, ligados sobre todo a la disputa de los espacios de poder entre Chile Vamos y el Partido Republicano, que operan con las elecciones presidencial y parlamentaria a la vista. Tienen el viento a favor, pero los puede traicionar el exceso de confianza, o ser afectados por los efectos disruptivos de la competencia por el liderazgo. Y, en esta materia, nunca deben descartarse las sorpresas.

La influencia de cada partido se medirá en la votación de concejales. Allí, el dato más llamativo será la irrupción de los republicanos en un mapa del que actualmente están casi ausentes. Y no es arriesgado anticipar que la suma de los votos opositores y la suma de los votos oficialistas revelarán una relación de fuerzas parecida a la que muestran las encuestas sobre aprobación y desaprobación de Boric. O semejante a los porcentajes del plebiscito del 4 de septiembre de 2022.

Como sea, los partidos oficialistas se preparan para dar una prueba en la que saben que no se sacarán buena nota. Están conscientes de que será, de un modo u otro, un juicio al gobierno, y que los resultados no facilitarán la gestión de Boric. Es posible que se exacerbe la ansiedad por lo que viene, lo que implicará ponerle fecha a las renuncias de los ministros y subsecretarios que quieren ser candidatos a parlamentarios.

Los partidos asociados en el gobierno saben que, pese a los recelos mutuos, necesitan intercambiar apoyos para la elección parlamentaria, y salvar así todo lo que puedan. Pero las tendencias centrífugas les complicarán las cosas. Hace poco, con ínfulas de redentores, creían que estaban inaugurando una época luminosa en la vida del país.

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