En vez de enojarse y tener una pataleta pública en cadena nacional de televisión porque la oposición no hizo lo que él quería, el Presidente Gabriel Boric debe comenzar a actuar como el adulto que es y debe entender que, para lograr mayorías en el Congreso, hay que negociar con la oposición y forjar acuerdos en vez de tratar de imponer su visión de mundo.

A menos que Boric entienda que los presidentes deben aceptar las reglas del juego de la democracia, su gobierno seguirá hundido en el pozo de la ineptitud política, la incapacidad para avanzar sus prioridades, y el inevitable rechazo de una población que quiere resultados y no presidentes que usen el púlpito presidencial para mostrar su frustración cada vez que las cosas no salen como ellos querían.

El sorpresivo rechazo en la Cámara de Diputados a la votación clave para poder legislar la reforma tributaria que el Gobierno anunció hace ocho meses fue una dura derrota para el oficialismo.

Aunque el concepto se conozca como “idea de legislar”, en realidad aprobar esa instancia significa que probablemente habrá una ley de reforma tributaria y que, dado los poderes legislativos proactivos del Ejecutivo y aquellos reactivos del Congreso, la ley estará más cerca del punto ideal del Ejecutivo que de lo que quiere la oposición en el Congreso.

Por eso, para lograr que la oposición se abra a votar a favor de la idea de legislar, el Ejecutivo debe primero garantizar a la oposición que el resultado final de la ley será aceptable para la oposición. En Chile, el proceso legislativo funciona de esa forma. Para poder promulgar leyes, hay que tener mayorías en el Congreso. Para poder construir mayorías, hay que sumar voluntades. Para eso, se necesita negociar y hacer concesiones. El que no entiende eso, no está preparado para hacer política. Mucho menos para ser Presidente de la república.

Ahora bien, lo sorpresivo de esta votación fue que, precisamente, el Gobierno no necesitaba el apoyo de la oposición. El oficialismo tiene una mayoría de facto en la Cámara de Diputados. Si bien ha habido una serie de renuncias de diputados a los partidos en los que fueron electos, la izquierda y centro-izquierda siguen teniendo entre 78 y 80 votos (dependiendo de cómo se cuente), suficiente para alcanzar la mayoría absoluta entre los 155 escaños de esa Cámara. Es cierto que es una mayoría estrecha. Pero el hecho que el Gobierno pueda avanzar su agenda sólo logrando alinear a los legisladores de izquierda le otorga a la administración una enorme ventaja en el proceso legislativo.

Independientemente de qué tan amplia sea la mayoría oficialista, pero especialmente cuando esa mayoría es estrecha, el Gobierno siempre tiene como principal tarea antes de cada votación importante en el Congreso asegurarse de que esa mayoría se manifieste en la votación en sala. Para eso, los gobiernos tienen distintas herramientas.

En el caso de Chile, la Ministra de la Secretaría General de la Presidencia y los otros ministros del gabinete deben salir a asegurarse de que los legisladores oficialistas lleguen a votar. Para eso, muchas veces deben hacer concesiones, ayudar con favores especiales, amenazar y, por sobre todo, seducir a los legisladores más ideológicamente afines para que no fallen el día de la votación.

Lo que ocurrió el miércoles fue simplemente la demostración de que el equipo de gobierno no está a la altura de las circunstancias. La oposición de derecha ya había anunciado que votaría en contra de la idea de legislar. Eso ocurre con regularidad.

Cuando era legislador, Boric muchas veces votó también en contra de la idea de legislar. Dado que el Gobierno sabía que no contaba con los votos de la oposición, su responsabilidad era asegurarse de tener los votos de su propio sector. Allí fallaron, garrafalmente, los ministros Ana Lya Uriarte, los ministros sectoriales (incluido el Ministro de Educación, que participó de un incomprensible altercado con una diputada de izquierda el día anterior) y también, por cierto, el Ministro de Hacienda Mario Marcel.

Si Marcel falló en contar cuántos votos tenía para apoyar el proyecto, el titular de Hacienda debe asumir la responsabilidad de permitir que se produjera una votación que el Gobierno iba a perder.

Afortunadamente para el Gobierno, no está todo perdido. Si La Moneda quiere impulsar una reforma tributaria en 2023, este es el momento para convocar a los senadores de oposición (que son mayoría en la Cámara Alta) a una negociación honesta y sincera. Si el Gobierno logra forjar un acuerdo con la oposición en el Senado -lo que implica hacer concesiones de verdad- entonces la reforma tributaria todavía puede ver la luz en 2023.

Pero para eso, el Presidente Boric va a tener que comenzar a actuar como el adulto que es y lidiar con la frustración de forma privada. En público, Boric va a tener que abrirse a negociar con aquellos que piensan distinto a él porque la realidad hoy es que él y su coalición son ahora una minoría electoral y por lo tanto no pueden pretender imponer su visión de país sobre la mayoría que piensa distinto.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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