Apesar de que todos los niños son diferentes y que, por tanto, sus reacciones ante la misma situación también pueden serlo, la mayoría de ellos presentan rasgos comunes que alertan a su entorno más cercano de que algo no funciona como debería. Así lo recoge Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. La organización afirma que muchos de los síntomas anunciadores del estrés en los niños suelen ser temporales y que son reacciones normales. Sin embargo, si persisten, el niño podría necesitar apoyo de un especialista.

Una realidad que sobrepasa su capacidad

El estrés aflora siempre que se produce un desequilibrio entre aquello que nos ocurre y lo que podemos manejar. Algunos de los desencadenantes más habituales del estrés, según Sylvie Pérez, psicopedagoga y profesora asociada de la Universitat Oberta de Catalunya, se activan cuando «no podemos tolerar una frustración, gestionar un tiempo de espera o no tener aquello que deseamos». Estos factores, continúa la experta, «desarrollan una mayor irritabilidad en los niños. Además, si se dan con frecuencia acaban por conducir a una situación de estrés, en la que aquello que se debería poder manejar ya no puede hacerse. Las herramientas de las que dispone el niño no le permiten sostener la situación».

| Es necesario pasar por situaciones difíciles en las que los niños deban encontrar soluciones

A medida que el niño crece, la vida se le presenta más compleja: «Aumentan las dificultades en los estudios, en los aprendizajes y también en las relaciones con los adultos», apunta Pérez.

Señales que alertan del estrés infantil

Identificados los posibles facilitadores del estrés, la cuestión es conocer los indicios que nos alertan de que, efectivamente, el niño está pasando por serias dificultades para lidiar con lo que le rodea. «En general, estos síntomas se manifiestan sobre todo en cambios en las rutinas habituales del sueño o de la alimentación. Se detecta cómo su apetito varía, tanto en cuanto a la intensidad como respecto a las horas. Y lo mismo ocurre respecto al sueño», señala la psicopedagoga. Además, añade: «También se suele apreciar que demanda más atención, que llora y se enfada con más facilidad, o que incluso aspectos en los que ya había consolidado su desarrollo dan un paso atrás».

En función de cuánto incapacita todo esto al niño para llevar la vida que llevaba hasta entonces, se puede hablar de nerviosismo o bien de estrés.

Crear seres que se valgan por sí mismos

Cuando los niños se sienten preocupados, nerviosos, irritables y sus patrones de sueño y alimentación se han alterado, «es cuando hemos pasado ya a una situación de estrés o también podría ser de depresión», alerta la profesora.

Ubicados en este punto, lo habitual es que los padres se planteen, o bien eliminar el factor desencadenante, o bien dotar al niño de las herramientas necesarias para afrontar tal situación. En este sentido, la experta considera que «es necesario que el niño pase por situaciones en las que se preocupe y trate de encontrar soluciones, pero siempre con la mediación de los adultos». Y es que, en opinión de la experta, «favorecer la autonomía en los niños y adolescentes no implica necesariamente que deban gestionar solos los problemas y las dificultades, sino que debemos ayudarles a encontrar las estrategias para poder llegar a las soluciones».

Así, las relaciones externas, especialmente las que establece el niño con sus progenitores, determinarán en gran medida su desarrollo emocional. Y es que, a pesar de que «en el desarrollo humano (motor, cognitivo, afectivo, social) hay una parte que nos viene dada, condicionada por la genética, hay otra que modulamos nosotros mismos, y que contribuye enormemente al desarrollo global, que es la interacción con el medio», expone la experta.

De relaciones fuertes, estrategias acertadas

En este contexto, «el niño va aprendiendo a enfrentarse a diferentes situaciones como saltar un bordillo, subir una escalera, enfadarse cuando pierde algo, tropezar, etc. Ahora bien, el modo en que los adultos se relacionan con él, contribuirá especialmente a definir las estrategias de las que va a disponer para ir adaptándose a ese medio que cada vez es más cambiante», asegura.

| Las relaciones del niño con los adultos van a definir sus estrategias para el futuro

Además, cabe destacar «la importancia de poner palabras a aquello que nos ocurre. Y que son los adultos -recalca- los que deben facilitar que esto ocurra, teniendo en cuenta que si un adulto le dice a un niño que está nervioso, estresado o deprimido, él lo entenderá así, incluso en aquellas situaciones en las que tal vez solo esté triste o preocupado».

Un entorno que transmita estabilidad

Además de dotar al niño de las armas emocionales adecuadas, «es importante volver a establecer rutinas claras a lo largo del día, ya que estas, junto con un ambiente no cambiante, ofrecerán al niño seguridad, lo que disminuirá el temor y la irritabilidad», afirma la experta, quien subraya la necesidad de recuperar los patrones de sueño y alimentación con el fin de desenvolverse en un entorno emocionalmente sano.

Por otro lado, Pérez aconseja hablar con los hijos de aquello que les preocupa. Eso sí, lo ideal es hacerlo de forma indirecta, «ya que de lo contrario podría resultar invasivo. Trabajar con cuentos es de mucha ayuda», apostilla.

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