La sal que usamos para dar sabor a los alimentos es una fuente de sodio, un nutriente muy necesario para nuestro organismo. Sin embargo, cuando se abusa de ella, aumentan los niveles de presión arterial, un efecto que si se produce de forma continuada puede causar hipertensión, provocar la aparición de enfermedades cardiovasculares y afectar al funcionamiento de otros órganos de nuestro cuerpo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda tomar 5 gramos de sal al día, una cantidad que duplicamos, según datos de la Sociedad Española de Hipertensión, que asegura además que más del 35% de la población española es hipertensa. De hecho, el 45% de los infartos y el 50% de los ictus están asociados al consumo excesivo de sal. Por eso es vital restringir la sal de mesa de nuestra dieta, ya que eliminarla por completo es imposible.
Cuanta menos sal se consuma, menor será el riesgo de hipertensión y de sufrir un infarto cardiovascular o un accidente cerebrovascular. La solución, además de evitar los alimentos preparados o ultraprocesados, es sencilla y consiste en reducir un pellizco de sal cada día a la hora de elaborar nuestras comidas. Al menos esa es la conclusión a la que ha llegado un estudio publicado en el Journal of The American College of Cardiology.
Un hábito modificable
“Las personas que agregan un poco menos de sal a sus alimentos a menudo tienen un riesgo mucho menor de enfermedad cardiovascular, independientemente de su estilo de vida o enfermedades previas”, según afirma el doctor Lu Qi, presidente de honor de HCA Regents y profesor de la Escuela de Salud Pública y Medicina Tropical de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. Qi añade que “reducir la sal adicional en los alimentos, sin reducirla por completo, es un factor de riesgo modificable que, con suerte, es posible instruir en los pacientes sin que deban realizar mucho sacrificio”.
El estudio reveló que una menor ingesta de sodio adicional es más beneficioso si cabe para ciertos marcadores cardíacos, incluyendo lesión cardíaca, hipertensión e inflamación. De los 176.570 participantes, cuyos datos se extrajeron del Biobanco del Reino Unido, se llegó a la conclusión de que las mujeres blancas con un IMC más bajo, que no solían consumir alcohol, que no eran fumadoras y que eran activas físicamente eran las que menos sal agregaban a la dieta DASH, compuesta a base de frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales, bebidas bajas en grasa y menos azucaradas, y con un menor consumo de carne roja o procesada.
Por otro lado, se detectó una asociación entre agregar más sal a los alimentos con un mayor riesgo de enfermedad cardíaca en aquellos participantes con un nivel socioeconómico menor, y en aquellos que eran fumadores. Aunque los resultados son prometedores, el estudio tiene la limitación de que los datos sobre el consumo de sal son autoinformados y solo se refieren a habitantes del Reino Unido, lo que impide comparar con otros lugares con diferentes hábitos.
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