En muchas ocasiones, la investigación científica (con mucha lógica) es muy cauta a la hora de establecer correlaciones definitivas entre dos hechos, mucho más aún a la hora de determinar que una causa la otra. En el caso que nos ocupa hoy, el de los alimentos ultraprocesados, sabíamos que estos no son especialmente buenos para la salud, incluso peligrosos, y que algunos de sus elementos, como las famosas grasas trans, pueden causarnos grandes males.

Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de la Sorbona, en París, ha llevado a cabo la complicada hazaña de dejar por escrito qué son, hasta la fecha, todas y cada una de las cosas que sabemos a ciencia cierta sobre los alimentos ultraprocesados, y las noticias son peores de lo que podría parecer a simple vista.

| Más de 300 aditivos usados actualmente en la UE se han vinculado con la inflamación o la disbiosis

Su estudio, publicado en el British Medical Journal (ahora conocido únicamente como BMJ), es, a la vez que un recopilatorio de efectos negativos de este tipo de alimentos, también un llamamiento a la disminución de su consumo e, incluso, a su eliminación en algunos (e hirientes) casos.

Uno de los principales problemas que enumera el estudio es que, realmente, no sabemos discernir hasta dónde llegan los ultraprocesados. De hecho, el ejemplo que ponen los propios investigadores es muy ilustrativo: consideremos la sopa de verduras. A nadie se le ocurriría, en ningún caso, considerarla un ultraprocesado. Pero las diferencias entre las que podemos comprar en el súper y las que hacemos nosotros en nuestra propia casa son mayúsculas. Del mismo modo, no nos paramos a pensar en la intensidad del procesamiento de los ingredientes habituales.

Tanto para los investigadores como para los consumidores, una sopa de verduras en un estudio es una sopa de verduras, y esto implica que las diferencias entre elecciones alimentarias sanas y comida basura disfrazada de saludable no son tan fácilmente distinguibles.

Este metaestudio se basa en más de 70 publicaciones anteriores, pudiendo encontrar así unas bases firmes desde las que afirmar el estrecho vínculo que tienen los alimentos ultraprocesados con las enfermedades metabólicas y cardiovasculares (en muchas ocasiones, a su vez, relacionadas las unas con las otras), así como con el inevitable aumento de peso corporal.

Del mismo modo, y basándose en los trabajos científicos citados en el estudio, se intuye también una seria correlación entre el consumo de ultraprocesados y el desarrollo de una adicción a los mismos, en los que el alto contenido calórico de los alimentos juega un papel fundamental.

Dados estos descubrimientos, los investigadores consideran que es absolutamente esencial que los gobiernos y las autoridades, al menos en los países desarrollados (donde más populares son), dediquen recursos (tanto económicos como legislativos) para asegurarse de que la población tenga acceso a comida de calidad y, sobre todo, no procesada.

Del mismo modo, los investigadores hacen especial hincapié en que es necesario informar (y educar) a los consumidores acerca de los peligros para la salud que tienen los alimentos ultraprocesados. Del mismo modo, avisan de que es necesaria mucha más investigación financiada, exclusivamente, por dinero público, dado que es muy común, entre los estudios que existen hoy en día, el conflicto de intereses al estar financiados, en gran medida, por empresas que, al menos en parte, se dedican a la comercialización de estos productos.

Los efectos (probados) de los ultraprocesados

El estudio hace mención a todas las consecuencias que pueden tener los alimentos ultraprocesados en nuestra salud, tanto en la física como en la mental y, en cierto modo, en la social. Para empezar, dan un dato muy positivo: dada su larga duración en las estanterías de los supermercados, ayudan, en gran medida, a reducir el desperdicio alimentario, que, como sabemos, es cada día un problema más importante.

Pasando al lado negativo de las cosas, afirman que los productos químicos que ayudan a mantener en buen estado estos alimentos durante mucho tiempo también son los responsables de compuestos peligrosos para nosotros, entre los que destacan los bisfenoles, la acrilamida, microplásticos, ftalatos, etc.

Individualmente, estos contaminantes se han relacionado con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, cáncer, resistencia a la insulina, obesidad y el desarrollo de enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2.

Esos, explican los autores del estudio, son las consecuencias «graves y probadas». Además, hay que sumar a esto que más de 330 aditivos alimentarios actualmente usándose en la Unión Europea se han relacionado con el desarrollo de disbiosis en nuestra microbiota, inflamación y daños a nuestro ADN.

Como apostillan los propios investigadores en su estudio, es el momento de hacer algo al respecto porque «la salud de todos está en riesgo».

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