Al presidir este lunes un acto para recordar el 40 aniversario del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile, el Papa Francisco exaltó este histórico acuerdo gracias a la mediación del Vaticano, que consideró «un ejemplo a imitar más actual que nunca» en un mundo convulsionado.

La instancia estuvo marcada por la ausencia del canciller argentino Gerardo Werthein.

«El diálogo debe ser el alma de la comunidad internacional», sentenció.

Tal como se informó, debido a discrepancias salidas a la luz la semana pasada durante el G20 entre el Presidente argentino Javier Milei y el Mandatario Gabriel Boric, el gobierno trasandino decidió que el canciller Werthein no viajara a la ceremonia.

Por eso, mientras que la delegación chilena estuvo encabezada por el ministro de Relaciones Exteriores, Alberto van Klaveren, la argentina fue rebajada y estuvo representada por el embajador ante la Santa Sede, Luis Pablo Beltramino.

En su discurso, en el que reflexionó sobre la paz y la amistad, las dos palabras que le dan el título al Tratado que fue fruto de negociaciones que duraron seis años para resolver las diferencias por el conflicto del Beagle que se desencadenó en 1978, el Papa, muy diplomático, sobrevoló ese contraste.

Dijo que ese tratado, impulsado por el papa Juan Pablo II y logrado gracias a la mediación de los cardenales Antonio Samoré y Agostino Casaroli, «constituye un modelo a imitar».

Y pidió que su «espíritu de encuentro y de concordia entre las naciones, en América Latina y en todo el mundo, deseoso de la paz, pueda ayudar a multiplicarse en iniciativas y políticas coordinadas, para resolver las numerosas crisis sociales y medioambientales que afectan a las poblaciones de todos los continentes, perjudicando especialmente a los más pobres».

Recordó, por otro lado, que en ocasión del 25 aniversario del mismo Tratado, el 28 de noviembre de 2009, «se tuvo un acto conmemorativo aquí en el Vaticano, realzado por la presencia de las presidentas de Argentina, la señora Cristina Fernández de Kirchner, y de Chile, la señora Michelle Bachelet».

En aquella circunstancia el Papa Benedicto XVI puso de relieve cómo Chile y la Argentina no son sólo dos naciones vecinas, sino mucho más: «Son —dijo— dos Pueblos hermanos con una vocación común de fraternidad, de respeto y amistad, que es fruto en gran parte de la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural y espiritual», evocó.

«Hoy, a distancia de cuarenta años, renovamos nuestra gratitud por los esfuerzos de todas las personas que, en los gobiernos y delegaciones diplomáticas de ambos países, dieron su positiva contribución para llevar adelante ese camino de resolución pacífica, cumpliendo así los profundos anhelos de paz de la población argentina y chilena», agregó.

El acto tuvo lugar en la espectacular Sala Regia del Palacio Apostólico, el mismo espacio donde, el 29 de noviembre de 1984, los entonces ministros del exterior de la Argentina y Chile, Dante Caputo y Jaime del Valle, respectivamente firmaron junto a Juan Pablo II el Tratado.

Los «fracasos» de la humanidad

El papa profundizó que «es un ejemplo, más actual que nunca, de cómo es necesario perseverar en todo momento con voluntad firme y hasta las últimas consecuencias en tratar de resolver las controversias con verdadera voluntad de diálogo y de acuerdo, a través de pacientes negociaciones y necesarios compromisos, y teniendo siempre en cuenta las justas exigencias y legítimos intereses de todos».

Sobre este punto, dijo, «es necesario hacer referencia a los numerosos conflictos armados en curso, que todavía no se consiguen extinguir, a pesar de constituir heridas dolorosas para los países en guerra y para toda la familia humana. Dios quiera que la comunidad internacional pueda hacer prevalecer la fuerza del derecho a través del diálogo, porque el diálogo debe ser el alma de la comunidad internacional».

Entonces, saliéndose del discurso preparado, denunció «la hipocresía» de quienes hablan de paz mientras se enriquecen fabricando armas y volvió a deplorar las guerras en Ucrania y en Medio Oriente.

«Hay dos fracasos de la humanidad: Ucrania y Palestina, donde se sufre, donde la prepotencia del invasor prima sobre el diálogo», marcó.

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