Ante un gran marco de público que llegó al Estadio Monumental de Nuñez, Atlético Mineiro y Botafogo animaron la final de la Copa Libertadores con un triunfo de 3-1 del cuadro de Río de Janeiro. Con goles de Luiz Henrique, Alex Telles y Junior Santos, descuento de Eduardo Vargas, el Fogão alcanzó la gloria.

Todo comenzaría a los 35 segundos cuando el jugador de Botafogo, Gregore, mete una pierna en alto sobre un jugador de Mineiro y el juez del partido, el argentino Facundo Tello, no dudaría en expulsarlo. El equipo carioca jugaría prácticamente todo el encuentro con un jugador menos.

Pese a que el cuadro carioca contaba con un hombre menos se puso en ventaja a los 34 minutos, luego de una buena jugada colectiva apareció Luiz Henrique dentro del área para desatar la locura de los hinchas del Fogão.

Cinco minutos se generaría el comienzo del segundo gol. Balon hacia el autor del primer tanto y el portero Everson le comete penal, que en un principio el juez del encuentro no cobró y ahí intervino el VAR.

En los 43 minutos se paró Alex Telles y pondría las cosas 2-0 donde ya encaminaba a su equipo a tocar la gloria.

Comenzando el segundo tiempo entraría Eduardo Vargas y su ingreso no pudo ser mejor, pues fue él quien a los 47 minutos puso el descuento de su equipo dejando todo 2-1. La jugada del gol se dio tras un córner desde la izquierda de Hulk y el chileno que conecta mediante un cabezazo. Mineiro se ilusionaba con llegar al empate.

En los 63´ Hulk sacó un remate a perfil cambiado y casi cae el empate.

A los 86 minutos Eduardo Vargas pudo ser el héroe y poner el empate. Pase profundo para el delantero y en la punta final falló y levemente elevó.

Ya cuando el partido ya terminaba Junior Santos anotó el tercero, tras una gran jugada personal y desataba toda la emoción de los hinchas de Botafogo que conquistaban así su primera Copa Libertadores.

Con el pitazo final se desató toda la algarabía y la emoción en el público de Botafogo que por primera vez en su historia pueden gritar campeón de Copa Libertadores.

Por Ignacio Soto Bascuñán