La final se jugará este domingo 19 de octubre a las 20:00 horas, y promete ser un choque de estilos, generaciones y escuelas futbolísticas.
Una selección que juega en equipo y no de nombres
El recorrido marroquí hasta la final ha sido tan sólido como sorprendente. El conjunto africano ganó su grupo con victorias convincentes ante España (2-0) y Brasil (2-1), cayendo solo ante México (0-1). En la fase de eliminación directa, dejó en el camino a Corea del Sur (2-1), luego a Estados Unidos (3-1) —en una de sus actuaciones más contundentes del torneo— y finalmente a Francia, en una semifinal que combinó orden táctico, temple defensivo y una enorme capacidad de resistencia.
Los dirigidos por Mohamed Ouahbi, técnico belga con amplia experiencia en el fútbol formativo del Anderlecht, han mostrado una identidad clara: un 4-4-2 clásico, de salida controlada, triangulaciones y disciplina posicional. Su filosofía se resume en una frase que repite a menudo:
“No tenemos figuras, tenemos un equipo. Esa es nuestra fuerza”.
Aun así, el conjunto marroquí cuenta con un talento emergente que ha captado la atención internacional: Othmane Maamma, delantero de 19 años, rápido, gambeteador y autor de cuatro goles en el certamen. Nacido en Francia y formado en el Montpellier, fue transferido al Watford inglés por 1,3 millones de euros en julio pasado. Por su estilo, número 7 y potencia física, las comparaciones con Cristiano Ronaldo son inevitables, aunque su juego aún se forja en la modestia y el trabajo colectivo.
La táctica del contragolpe inteligente
Coincidiendo con el análisis del diario AS, Marruecos se siente cómodo cuando el rival lleva la iniciativa. Su estrategia se basa en recuperar el balón en mediocampo y lanzar rápidas transiciones, un modelo que ha desarticulado a varias potencias europeas durante el torneo.
Los protagonistas de esas transiciones son el propio Maamma, junto a Fouad Zahouani —goleador del equipo— y Gessime Yassine, mediapunta del Dunkerque francés, quienes aportan velocidad, precisión y lectura ofensiva.
En síntesis, Marruecos combina orden defensivo, pragmatismo táctico y convicción colectiva, ingredientes que le han permitido llegar más lejos que nunca en una cita juvenil mundialista.
El ascenso sostenido de un modelo futbolístico
El presente de los Leones del Atlas no es casualidad. En la última década, Marruecos ha consolidado un proyecto deportivo integral, centrado en el desarrollo formativo y la infraestructura. En categoría adulta, levantó el Campeonato Africano de Naciones en 2018 y 2020, y alcanzó su mayor hito en el Mundial de Qatar 2022, donde fue cuarto, eliminando a España y Portugal antes de caer ante Francia en semifinales.
Ese proceso se traduce también en el ámbito juvenil: campeón africano Sub 17 y Sub 23 en 2023, cuarto lugar en el Mundial Sub 17 y medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de París 2024. Este año volvió a consagrarse campeón de la Copa Africana Sub 17, consolidando un ciclo exitoso y sostenido.
Ya clasificado al Mundial 2026 y asegurado como coanfitrión del Mundial 2030 junto a España y Portugal, Marruecos no solo está escribiendo una página brillante en su historia deportiva: está consolidando su posición como una de las nuevas potencias emergentes del fútbol mundial.
El duelo frente a Argentina, potencia tradicional y actual campeona del mundo en mayores, trasciende lo deportivo. Será también una final entre dos proyectos de país: uno que busca prolongar su legado futbolístico, y otro que, desde África, quiere demostrar que el futuro del fútbol ya no se escribe solo en Europa o Sudamérica.
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/José Pablo Verdugo