En un contexto donde el fútbol argentino atraviesa una de las crisis de legitimidad y transparencia más severas de su historia reciente —entre arbitrajes cuestionados en todas las divisiones, campeones definidos entre sospechas y una escalada de amenazas públicas entre dirigentes de la AFA y presidentes de clubes disidentes—, aún subsiste un elemento esencial: el juego mismo. Ese pulso competitivo, voraz y ambicioso que sobrevive incluso cuando el ecosistema institucional se tambalea. Porque, pese al ruido externo, estas instancias decisivas siguen rescatando enfrentamientos que vale la pena observar, protagonizados por equipos que llegaron por mérito propio y no por la inercia de estructuras sostenidas artificialmente.
Lo que ocurrió en el Racing–River de los octavos tuvo continuidad en los cuartos entre Boca y Argentinos. Ambos duelos confirmaron una radiografía repetida: el problema profundo del fútbol argentino poco tiene que ver con la calidad de lo que sucede en la cancha, y sí con la precariedad de una organización que perdió previsión, seriedad y honestidad, transformando al torneo local en un espectáculo opaco, desgastado y cada vez menos confiable.
El Partido: Dominio sin profundidad, eficacia sin brillo
El gol tempranero que devolvió la tranquilidad a Boca también terminó anestesiándolo. El equipo llevaba siete partidos sin convertir antes de los primeros 25 minutos y, una vez lograda la ventaja, cedió la pelota, se replegó y buscó lastimar de contra con la velocidad de Zeballos y el criterio de Paredes como lanzador. Argentinos monopolizó el balón —65% de posesión en la primera mitad—, pero su circulación careció de sincronía: Oroz, Lescano y López Muñoz intentaron darle sentido al juego, aunque cada uno respondió a su propio repertorio, sin conexiones profundas y obligados además a retroceder para sostener el equilibrio junto a Fattori.
Paradójicamente, aunque el ritmo lo impuso Argentinos, las llegadas más claras fueron de Boca. Palacios sacudió el ángulo con un remate potente y Milton Giménez se encontró con una intervención monumental de Siri, que se lanzó en forma de cruz, casi a la manera de un arquero de handball. En esa primera mitad, Boca exhibió las mismas virtudes y defectos que viene mostrando en esta etapa del campeonato: fortaleza aérea, la sensibilidad en el pie de Paredes —que coqueteó con la expulsión— y un compromiso colectivo que comienza desde los delanteros. Pero también volvió a sufrir para recuperar la pelota, mostró grietas en el retroceso y permitió demasiadas libertades en la media luna, zona que Argentinos aprovechó para intentar desde afuera.
Segundo Tiempo: Boca resiste, Argentinos insiste
La dinámica se mantuvo en el complemento, aunque con menos situaciones. Argentinos continuó mandando en el terreno y se posicionó más cerca del área de Marchesín, pero abusó del pase lateral, chocó una y otra vez con el bloque defensivo de Boca y terminó refugiándose en centros para Tomás Molina. El delantero dispuso de la más clara de la segunda parte con un cabezazo que pasó junto al palo.
Ubeda ajustó tarde un problema evidente: Boca necesitaba más densidad en el medio. Recién entonces ingresó Tomás Belmonte por Giménez, para formar un triple cinco junto a Paredes y al impreciso Milton Delgado, quien luego sería reemplazado por Battaglia. La apuesta por Cavani —suplente por primera vez estando en plenitud física— tampoco encontró eco, porque el uruguayo casi no tuvo contacto con el balón.
En contraste, Boca volvió a mostrar su evolución en un aspecto clave: su capacidad para resistir. A ello se sumó el extraordinario momento de Marchesín, consolidado como figura del tramo final del torneo. El arquero firmó una actuación sobria y decisiva, con solvencia en los pasajes iniciales y finales, cuando Argentinos más cerca estuvo del empate.
- Esta noticia fue redactada utilizando los adelantos técnicos propios de este sitio web. Se acepta cualquier reproducción en otro medio, ojalá citando la fuente:www.eldiariodesantiago.cl
/José Pablo Verdugo



