El debate organizado por la Anatel entre José Antonio Kast (Republicanos) y Jeannette Jara (PC) trascendió la mera exposición de ideas para convertirse en una performance política donde chocaron estilos, prioridades y visiones de país, con la Ley de 40 Horas y el tono público como ejes estructurales del enfrentamiento.

1. El cuestionamiento al estilo y la construcción del adversario
Jeannette Jara inició el cruce con una interpelación de fondo sobre la naturaleza del discurso político. Su pregunta, «¿Te has preguntado a veces si el tono divisorio que pones en el país… nos hace realmente bien?», no buscaba una aclaración programática, sino una reflexión ético-comunicacional. Al calificar su método como «nocivo» y «muy violento», Jara posicionó la discusión en el plano de las consecuencias sociales del lenguaje, argumentando que la estrategia de Kast, basada en la dicotomía «buenos vs. malos» y la «denostación personal», erosiona el tejido cívico. Esta crítica apuntaba a deslegitimar no una política concreta, sino el marco narrativo desde el cual Kast construye su propuesta.

2. La evasión táctica y el cambio de agenda
La respuesta de Kast al ser emplazado sobre las 40 horas resultó paradigmática de una estrategia retórica de re-enmarcamiento. Al cuestionar «en qué parte del programa decía esa propuesta», no enfrentó el fondo del asunto, sino que buscó desestabilizar la premisa de la pregunta. Al no obtener una capitulación inmediata, realizó un giro discursivo completo, desplazando el eje desde los derechos laborales hacia la seguridad pública. Su serie de preguntas retóricas –»¿cómo convencer al gobierno de que trabaje por la seguridad de Chile?»– funcionó como un diversionismo efectivo, imponiendo su agenda prioritaria (inseguridad) sobre la de su interlocutora (trabajo). La anécdota gráfica sobre los Cesfam buscó arraigar su argumento en una supuesta experiencia vívida y urgente, apelando a la emotividad por sobre la discusión técnica.

3. La ambigüedad programática y la aclaración forzada
Solo tras la insistencia de la moderación, Kast ofreció una respuesta directa, pero cargada de condicionantes: «No vamos a tocar las 40 horas. Lo que vamos a hacer es mejorar lo que usted hace en esas 40 horas». Esta formulación revela una postura de aceptación nominal del derecho, pero supeditando su valor real a un escenario futuro de mayor seguridad y oportunidades. La frase «no se va a acabar el mundo» minimiza la importancia política de la ley, presentándola como un elemento secundario dentro de un ecosistema problemático mayor. La réplica de Jara, «vas a tener que cambiar tu programa», subraya la contradicción percibida entre su promesa pública y sus documentos formales, señalando una fractura entre el discurso electoral y la plataforma escrita.

4. La propuesta de reformulación de derechos: ¿flexibilización o modernización?
En el tópico de las indemnizaciones por años de servicio, Kast desarrolló un argumento más elaborado, criticando la rigidez del modelo actual (tope de 11 años) por generar una «tensión innecesaria» entre empleador y empleado. Su propuesta de un ahorro individual «a todo evento» se enmarca en una narrativa de libertad y portabilidad de derechos, típica de visiones que privilegian la autonomía individual sobre la protección colectiva estandarizada. Sin embargo, al aclarar que esto sería para futuros contratos y no tocaría «derechos adquiridos», intenta neutralizar el temor a un retroceso inmediato. Jara, en cambio, mantuvo el foco en la verificación de compromisos concretos, buscando fijar una postuesta inequívoca sobre la implementación de la ley de 40 horas, a lo que obtuvo finalmente un asentimiento.

Conclusión analítica:
Este segmento del debate opera en dos niveles simultáneos. En la superficie, se discuten políticas públicas específicas (jornada laboral, indemnizaciones). En un estrato más profundo, se disputa el relato sobre cuál es el problema fundamental de Chile (la «inseguridad» vs. los «derechos laborales») y cuál es el lenguaje legítimo para la política (el confrontacional y dicotómico vs. el propositivo y dialogante). Kast privilegia un discurso de orden y ruptura con el status quo, utilizando la seguridad como metarrelato que subsume otras políticas. Jara insiste en la responsabilidad programática, la coherencia documental y los efectos sociales del discurso. El choque no es solo de ideas, sino de gramáticas políticas irreconciliables.

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